Esta aversión a los olores que denuncian la animalidad del cuerpo humano sigue tan campante en estos tiempos. Hace poco nos cayó en la mano un folleto que promovía repuestos en aerosol para desodorizantes automáticos. Se trata de esos aparatitos maravillosos que dispensan una nube de fragancias cada tantos minutos. Y que prometen que nunca, pero nunca, habrá un vaho sospechoso en casa.
Para semejante utopía se promete un body shop con olor a banana (para el hombre, desde ya) y otro con olor a té verde o a jeans (sic) para la mujer. Y una esencia que huele… a shopping. Se trata, pues, de recrear en casa esa ensoñación del consumo que significan los shoppings. Pero hay más. También se ofrece, literalmente, esencia de “shopping USA”. ¿Hay algo más sofisticado?
La utopía desborda. Hay un aviso televisivo que promueve un perfume que se esparce en el auto y la muchacha espléndida de la caseta del peaje se sube, enamorada. Ya no es el aura seminalis, sino ese vago olor a auto nuevo, que viene a coronar la fantasía del coche como un falo todopoderoso.
Ya nadie huele a sí mismo. Uno huele a lavanda, a canela. No a su propia piel. No a sudor, por más honesto que sea. No a amor, cuando el amor se hace. (Fragmento)
Ricardo Lesser
Caras y Caretas N° 2246; mayo 2010