Paseo de Julio (Leandro N. Alem),
circa 1867, según Benito
Panunzi. Todavía no existen las clásicas
recovas exigidas a los
dueños de los inmuebles con frentes entre Rivadavia y
Tucumán en 1875.
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Tiene olor
a puerto. A “puerto mutilado sin mar”, diría Borges; por eso, puerto con olor a
río y marejada. Es el Paseo de Julio, al que también se llama Paseo del Bajo.
Un barrio portuario, marginal, asomado al río por encima del murallón que
levantó Rosas.
La calle se
desbarranca, ribeteada de tiendas. Pero, aunque sean más o menos clandestinas,
también hay fondas, posadas, casas de tolerancia para los marineros de paso. Lo que se ve es un cartel que dice English Taylor & Drapery, “Sastrería
y ropería inglesa”; así, en inglés.
Al fondo, sobre el horizonte de techos, otro cartel: Hotel Provence que, más allá del nombre pretencioso, parece tener
por lo menos tres pisos, no está mal.
Después,
las lonas de las tiendas perfectamente alineadas sobre veredas precarias.
Delante de ellas, tal vez, las vías del tranvía a caballo de la muy británica Buenos
Aires Northern Railway, el Ferrocarril del Norte.
Dentro de
poco, en 1887, vendrá el relleno de la costa para construir Puerto Madero. Y
el Paseo de Julio quedará para siempre con nostalgias del río.