Por qué Historias con Lupa

Si uno le pone una lupa a una tela aparentemente lisa descubre nudos impensados, hilos desparejos antes imperceptibles. Lo mismo pasa con la Historia. Cuando uno la mira con una lente inquisitiva, aparecen las vidas privadas, las mezquindades y los heroísmos y, en el fondo silencioso, los deseos, esos que explican de verdad las conductas. Esto queremos aquí: mostrar las historias con minúscula, los hilos imperfectos pero espléndidos que forman el tejido de la Historia con mayúscula.

Pero hay también otro modo. Una historia, esta vez de lo más íntimo, el cuerpo, escrita con imágenes. Para eso hay que ir a www.imagenesdelcuerpo.blogspot.com.

martes, 9 de julio de 2019

Seducida y abandonada


La Historia se escribe con historias; historias con las minúsculas de la gente. Gente como el diputado altoperuano José María Serrano, que escribió el Nos, los representantes… Y que aquella noche de julio de hace doscientos tres años se enamoró de Solana la Solanita Cainzo.
La historia con minúscula no terminó bien. Serrano se fue a hacer la independencia del Alto Perú. Y dejó a Solanita para siempre.  
Extraño nombre. La Solanita se llamaba así por su padre, Francisco Solano Cainzo. Solana es el sitio donde el sol da de lleno. De modo que Solano, Solana, Sol. Un Sol, eso era la Solanita.
Cuando terminó la gavota (si es que eso era una gavota), José María se precipitó sobre la soleada Solana. Ni una pieza dejó de bailar con la niña.
Parece que el hombre era dicharachero como ninguno. Alto, delgado, esa noche llevaba, como era habitual en él, la camisa de alto cuello volcado sobre la levita negra. La muchacha hubiera querido posar la cabeza renegrida en la pechera blanca.
Se casaron. Pero José María era un andariego de las revoluciones. Fue a Buenos Aires, donde presidió el Congreso entre 1817 y 1818. En el viaje de regreso a Tucumán lo apresó una partida de Pancho Ramírez, que no tuvo mejor idea que llevarlo a su jefe enchalecado con cuero fresco, que se iba achicando a medida que se iba secando. Por suerte, el caudillo lo liberó. Unos años más tarde volvió a su Charcas natal. Firmó el acta de la independencia de Bolivia. Anduvo por Francia, prefecto de Chuquisaca. Fue ministro de la Corte Suprema y hasta presidente interino un par de veces. Murió en 1852.
La Solanita, que ya era misia Solana, no hacía otra cosa en Tucumán que esperar en vano a su marido andarín. Sólo sabremos de ella cincuenta y dos años más tarde de aquel baile de hadas. El 26 de enero de 1868, el diario tucumano El Pueblo publicaba un sombrío pedido:
Sírvase insertar en su periódico estas líneas, suplicando a las señoras piadosas de ésta para que me proporcionen una habitación pequeña, obligándome a servirles en todo lo que me sea posible, por hallarme en indigencia. Es un favor que suplico, por hallarse mi fortuna en pleito.
Solana Cainzo
A esto había quedado reducida Solana. Solana, a la que ya no le daba el sol. 








Fragmento de Ellas en la historia, Ricardo Lesser (Planeta, 2018)