Por qué Historias con Lupa

Si uno le pone una lupa a una tela aparentemente lisa descubre nudos impensados, hilos desparejos antes imperceptibles. Lo mismo pasa con la Historia. Cuando uno la mira con una lente inquisitiva, aparecen las vidas privadas, las mezquindades y los heroísmos y, en el fondo silencioso, los deseos, esos que explican de verdad las conductas. Esto queremos aquí: mostrar las historias con minúscula, los hilos imperfectos pero espléndidos que forman el tejido de la Historia con mayúscula.

Pero hay también otro modo. Una historia, esta vez de lo más íntimo, el cuerpo, escrita con imágenes. Para eso hay que ir a www.imagenesdelcuerpo.blogspot.com.

jueves, 26 de mayo de 2011

El acá de la muerte

Sueño compasivo. Piedad V, Jan Fabre
Los artistas siguen tratando de representar lo irrepresentable. Acaso eso sea el arte: el intento obstinado de decir lo indecible.
Como fuere, en la próxima Bienal de Venecia el escultor Jan Fabre presentará una versión de La pietá. María tiene el rostro descarnado de la muerte. Y Cristo, que reproduce las facciones del propio artista, es un cuerpo en descomposición.
Los gusanos se anuncian. El más allá es el acá de los esqueletos. Fabre muestra carne corrompida donde no debería haber más que gloria.  

lunes, 23 de mayo de 2011

La muerte no tiene nombre

Una bolsa de plástico con calamares que se descomponen, una remera, unas medias viejas, unas zapatillas gastadas. Esto es “Autorretrato sobre mi muerte” de Carlos Herrera, un artista conceptual premiado en ArteBA.
Lo que quiso evocar, dice, es el “olor a la muerte” (los calamares que se pudren, si es que ése es el olor a la muerte). Lo que queda después de morir, lo puramente matérico, la carne animal que se corrompe.
No es así. La muerte es irrepresentable (ver Ricardo Lesser, Vivir la muerte, Longseller, 2007). Representar es hacer presente algo en la imaginación con palabras o imágenes que lo sustituyen. Lo que supone conocer ese algo que se quiere representar. Pero la muerte es incognoscible. Hay que morir para conocerla y entonces no se la puede conocer.
La muerte, en fin, no tiene nombre. Si pudiéramos nombrarla (nombrar es un modo del dominio) seríamos sus amos. Pero no lo somos.