Los chicos, nos
dicen, juegan a los narcos. Merca y desvarío. Bunker y violencia. La cultura
del narcotráfico pone sus huevos pestíferos.
No es raro. Cuando
juegan, los chicos recrean un mundo, el mundo de los grandes, para poder
aprenderlo. Y, si el mundo es la droga exitosa, lógicamente juegan a la transa.
Siempre fue así. En
1806, los chicos jugaban a la Reconquista.
A las autoridades coloniales
no les gustaba nada. Tanto, que el Regente hizo leer este bando con pífanos y
tambores:
“Por cuanto ha
acreditado la experiencia, las frecuentes desgracias que ocasiona el abuso
introducido por varios jóvenes y personas de menor edad de todas clases, de
juntarse, e imitar por vía de distracción y juego, el ataque y Reconquista,
usando en él de pólvora, balas, piedras y palos, con que se ofenden gravemente
y exponen a otros a igual daño; y siendo urgente preciso cortar de raíz tal
desorden, que influye también en partidos y enemistades entre los individuos de
diversos barrios o cuarteles; ordeno y mando a los vecinos y habitantes de mi
jurisdicción, y principalmente a los padres, tutores, amos o encargados de las
indicadas personas dedicadas a tan perjudicial juego, cuiden de separarlas de
él…”
Jugar a la Reconquista no era más que un
reflejo de la militarización de aquella sociedad en pie de guerra.