El padre del creador de la bandera argentina, Domenico
Francesco Belgrano e Peri (1730/1795), nació en Costa d’Oneglia, un pueblito
recostado sobre el mar de la Liguria. El Peri
le servía para diferenciarse de las muchas familias que en esa corta villa
llevaban el mismo apellido: Bel-Grano, cuya traducción es innecesaria.
A los veintitrés años, el buen Domenico juntó todo el dinero
que pudo y fletó un cargamento de aceitunas y aceite de oliva a Buenos Aires,
que por entonces formaba parte del Reino del Perú.
En Cádiz consiguió carta
de naturaleza, que no se concedía así como así. No sabemos cómo obtuvo la
preciada ciudadanía hispana, ni la licencia para comerciar con el precario
puerto porteño. Lo cierto es que se castellanizó como Domingo Belgrano y Pérez.
En su larga trayectoria tuvo juicios por estafa, varios
embargos y aun la ciudad por cárcel. Que sepamos, Domingo nunca volvió a
Oneglia. Tampoco Manuel Belgrano visitó aquella patria ligur, pese a que
admiraba a los fisiócratas italianos.
En 1923, il Duce,
que soñaba con un imperio, instituyó la provincia de Imperia unificando Oneglia
y Porto Maurizio. Mussolini quiso que hubiera memoria de su fundación. El
Podestá, entonces, encomendó un enorme fresco (4x9 metros) al piamontés Cesare
Milone Ferro (1880/1934).
Mural de Cesare Ferro, 1931, Palazzo Comunale, Imperia, Italia
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El mural es bipartito. A la izquierda, los personajes
ilustres de Maurizio. A la derecha, los prohombres nacidos en Oneglia: Edmundo
de Amicis (el autor del lacrimoso Corazón),
Andrea Doria (el almirante que participó en la batalla de Lepanto) y un obispo,
que nunca faltan. También está Giovanni Battista, mucho tiempo secretario de
Garibaldi, que anduvo por la Argentina mandado por Mazzini.
Pero lo más curioso es la figura ecuestre de nuestro Manuel
Belgrano, en el ángulo superior derecho del fresco, con la bandera flameando en
sus manos. Se parece sospechosamente al Napoleón
cruzando los Alpes de David. Como fuere, allí está Manuele, al fin y al
cabo, un oriundo, un ciudadano de Italia.