A Manuel Belgrano, lo decía
él mismo, lo
hicieron coronel a la fuerza. En 1811, fue
jefe del Regimiento
de Patricios, cuyo
uniforme era azul celeste y blanco.
|
Eran tiempos de grietas. Los federales se identificaban con
el rojo punzó. Los unitarios tomaban el celeste para sí. En 1846, los federales
redoblaron la apuesta: la bandera sería blanca y azul oscuro con un sol
colorado en el centro y cuatro gorros frigios en los vértices.
Desde entonces se discutió hasta el cansancio de qué color
era la bandera concebida por Manuel Belgrano. Hace poco los historiadores
consultaron a los químicos: azul de ultramar, dictaminaron; éste era el color que
originalmente tenía la bandera de seda donada a la escuela de San Francisco del
Tucumán.
No había necesidad de tanta disquisición. Los veros colores
estaban (están) en una cuadro de hace doscientos años.
Hacia 1815, Manuel Belgrano posó en Londres para François-Casimir
Carbonnier, un discípulo de Jacques-Louis David, el pintor de Napoleón.
No era una imagen cualquiera, era una re-presentación.
Carbonnier debe haber preguntado a su comitente qué cosa lo distinguía. La
batalla de Salta, contestó seguramente Belgrano. Ahí, a su izquierda, está el
combate; el general emplumado en su tordillo, los infantes que avanzan, los
cañones exhaustos. Y la bandera a dos franjas. Celeste y blanca.
La fuente es innegable, es el propio Belgrano que instruyó a
Carbonnier.
Cincuenta años después, Prilidiano Pueyrredon copió el
retrato omitiendo, vaya uno a saber por qué el fondo. Esa imagen omitida se
repitió hasta el hartazgo con lo que la discusión continuó sine die. La desmemoria le había ganado a la memoria. Suele suceder.