Deán Gregorio Funes (1749/1829) |
No es cierto que el deán Funes muriera en brazos de su amante. Quién sabe dónde estaba aquella señora en ese momento. Y, aunque hubiera estado cerca, el pobre cura ya no estaba para trotes, como que tenía ochenta años.
Cierto es que a los sesenta y cinco, cuando todavía la sangre le corría por donde le corre a los varones cuando es ocasión, no había podido resistir la tentación, más líbrenos de todo mal, amén.
No hay nada que decir. Ya lo dijo todo Sarmiento en Recuerdos de provincia: “Hablábase de pasiones amorosas encendidas en aquel corazón que ya había resistido a sus seducciones, y cuando la pobreza suma había entrado en su hogar, una mujer vino a apartar de aquel espíritu fuerte la desesperación que sucede al desencanto”. Una debilidad humana, que los próceres también las tenían.
La muerte sorprendió al deán Funes cuando se estaba paseando por el Vaxuhall, que después se llamaría Parque Argentino y que estaba en la manzana comprendida por las calles Temple (hoy Viamonte), Córdoba, Uruguay y Paraná. El Vauxhall había sido creado por los ingleses a imagen y semejanza de los jardines europeos. Allí iban los porteños a creerse civilizados.
El caso es que el deán estaba hablando con Santiago Spencer Wilde (el abuelo de José Eduardo Wilde, ministro de Roca) cuando cayó como cae el falso algodón de los frutos de los palos borrachos, blandamente. Era el atardecer de un enero.