Por qué Historias con Lupa

Si uno le pone una lupa a una tela aparentemente lisa descubre nudos impensados, hilos desparejos antes imperceptibles. Lo mismo pasa con la Historia. Cuando uno la mira con una lente inquisitiva, aparecen las vidas privadas, las mezquindades y los heroísmos y, en el fondo silencioso, los deseos, esos que explican de verdad las conductas. Esto queremos aquí: mostrar las historias con minúscula, los hilos imperfectos pero espléndidos que forman el tejido de la Historia con mayúscula.

Pero hay también otro modo. Una historia, esta vez de lo más íntimo, el cuerpo, escrita con imágenes. Para eso hay que ir a www.imagenesdelcuerpo.blogspot.com.

jueves, 22 de diciembre de 2011

La mirada de Darwin

En el invierno de 1832, Darwin anduvo por estos pagos. No sólo conoció a la equívoca Mary Clarke. También opinó sobre las Provincias Unidas del Río de la Plata, transidas de revoluciones cruentísimas. Lo hizo impiadosamente, como se ve.
“La policía y la justicia son completamente ineficientes. Si un hombre comete un asesinato y debe ser aprehendido, quizá pueda ser encarcelado o incluso fusilado; pero si es rico y tiene amigos en los cuales confiar, nada pasará. Parecen creer que el individuo cometió un delito que afecta al gobierno y no a la sociedad. (…)
En la Sala de Buenos Aires no creo que haya seis hombres cuya honestidad y principios pudiesen ser de confiar. Todo funcionario público es sobornable. El jefe de Correos vende moneda falsificada. El gobernador y el primer ministro saquean abiertamente las arcas públicas. No se puede esperar justicia si hay oro de por medio”. 

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Imágenes del cuerpo. Ecce corpus

Un par de zapatos, Vicent van Gogh, 1886, 
Rijksmuseum Vicent van Gogh, Amsterdam

He aquí un cuerpo. ¿Dónde? ¿En estos zapatos gastados de campesino? Pero si el campesino no está.
Sí está. Está en la deformidad grotesca que fue modelando el peso del cuerpo, todo de pie en los zapatos. Está en el alivio de esos cordones desatados después del trabajo. Está también en esas rajaduras que dejan pasar el agua de la lluvia cuando llueve el agua.
Es la autosuficiencia de la imagen artística, diría Heidegger en Caminos de bosque, un ensayo delicioso. Los zapatos significan por sí mismos.
Que hable Heidegger: “En la oscura boca del gastado interior del zapato está grabada la fatiga de los pasos de la faena. En la ruda y robusta pesadez de las botas ha quedado apresada la obstinación del lento avanzar a lo largo de los extendidos y monótonos surcos del campo mientras sopla un viento helado. En el cuero está estampada la humedad y el barro del suelo. Bajo las suelas se despliega toda la soledad del camino del campo cuando cae la tarde. A través de este utensilio pasa todo el callado temor por tener asegurado el pan, toda la angustia ante el nacimiento próximo y el escalofrío ante la amenaza de la muerte”.
¿Cómo que no está el cuerpo? El cuerpo también está en la huella.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Personajes. Mary Clarke

Les quitaron los grilletes recién en altamar, cuando sólo había cuatro horizontes de agua alrededor de la nave y arriba, estrellas que indicaban mudas el rumbo: el sur. Iban a Australia. Y terminaron en el Río de la Plata.
Ellas eran sesenta y ocho convictas, muchas condenadas por su vida alegre. Ellos, setenta y cinco soldados “voluntarios”, un eufemismo, y veinticinco marineros regulares.
En altamar les soltaron los grilletes y cada uno tomó mujer, todas muy dispuestas. Conrad Lochard, un ex oficial suizo al servicio de Francia, tomó (literalmente) a una avispada jovencita de diecinueve años. Se llamaba Mary Clarke.
La fragata “Lady Shore” había zarpado del puerto inglés Falmouth y, más que una fragata, era una cárcel flotante. No sólo por las chicas. Algunos soldados “voluntarios” eran republicanos y todos se sentían en prisión. 
Nada se necesitó para que estallara el motín. Los franceses, cuándo no, mataron al capitán, acomodaron a la oficialidad en un bote maltrecho ante la costa del Brasil y enfilaron a Montevideo.
Entraron al puerto con la bandera francesa enarbolada sobre la inglesa. Se habían convertido en corsarios. Pero no los trataron bien, mandaron esa “repugnante colección de villanos” aguas abajo, a Buenos Aires. Allí fueron los marineros, los soldados y las convictas.
El tiempo los borró de la memoria a casi todos. Sabemos de cuatro infelices que terminaron en la horca británica, un ex tripulante metido a proxeneta de sus compatriotas y algunas muchachas encarceladas por vagancia y mala vida, otro eufemismo.
A Mary Clarke, por entonces menesterosa y desangelada, la encontramos años después muy oronda en su salón, al que concurrían Manuelita Rosas, el Protomédico O’Gorman, y, parece mentira, lo más granado de la comunidad británica en estas playas.