Todo empezó poco antes de la feria judicial, allá por
diciembre de 1993. Un juez anuló las partidas de nacimiento de tres menores que
Mariela Muñoz había criado de chiquitos y anotado a su nombre. Es que Mariela
no era Mariela, sino Leonardo.
Nunca se sintió a gusto en su cuerpo de varón. La solución
estaba en Chile, donde las intervenciones quirúrgicas eran accesibles. Allá se
quitó los genitales masculinos. Acá le quitaron los chicos.
“A mis hijos nunca tuve que mandarlos a pedir –dijo-,
siempre salí a buscar el peso para que no les falte nada, y se criaron sin
padres, sin madres biológicas. Yo hice los dos roles como cualquier mujer o
varón que se queda viudo o se separa”.
Hacía casi una década que el criterio bipolar
masculino/femenino se había tambaleado con el régimen de patria potestad compartida.
Pero la justicia atrasaba. Inesperadamente, la sociedad no. Cuando Mariela
apareció en todos los medios pidiendo siquiera un régimen de visitas, la gente
se puso de su lado.
Finalmente, los chicos volvieron a su hogar. Y, en 1997, le
dieron un nuevo documento en el que cambió el Leonardo por Mariela, su nombre
de verdad.
En 2010, se sancionó el matrimonio igualitario y se
modificaron las pautas de adopción. La brecha abierta por Mariela se había
hecho camino.