Por qué Historias con Lupa

Si uno le pone una lupa a una tela aparentemente lisa descubre nudos impensados, hilos desparejos antes imperceptibles. Lo mismo pasa con la Historia. Cuando uno la mira con una lente inquisitiva, aparecen las vidas privadas, las mezquindades y los heroísmos y, en el fondo silencioso, los deseos, esos que explican de verdad las conductas. Esto queremos aquí: mostrar las historias con minúscula, los hilos imperfectos pero espléndidos que forman el tejido de la Historia con mayúscula.

Pero hay también otro modo. Una historia, esta vez de lo más íntimo, el cuerpo, escrita con imágenes. Para eso hay que ir a www.imagenesdelcuerpo.blogspot.com.

sábado, 25 de enero de 2014

Los rayos de siempre

¿Cómo evitar ser alcanzado por un rayo? Lo primero es averiguar si uno tiene preservativos. (Para no dar lugar a equívocos: cuando decimos preservativos decimos “pararrayos”). Si no los hay, es bueno sentarse en medio de la habitación en que uno se halla, un pie sobre otro. O, mejor todavía, tender un colchón doblado en dos en medio de la pieza, poner encima la silla y sentarse, siempre con un pie sobre el otro. 
Al menos esto aconsejaba Benjamin Franklin, que de esto sabía un montón.
En la noche del jueves 20 de mayo de 1802 hubo una tormenta eléctrica de aquéllas sobre Buenos Aires. De modo que el Telégrafo Mercantil creyó oportuno publicar un resumen de un muy erudito opúsculo de don Franklin:
"El que tiene miedo á las tempestades y està en un lugar en que no hay preservativos contra los efectos de este metéoro, quando sobrevenga una tormenta lo que debe hacer es apartarse mucho de las chimeneas, de los espejos de las maderas doradas, de los quadros si tienen dorados los marcos. Lo mejor de todo es ponerse en medio del quarto (como no haya colgado del techo con una cadena alguna araña ó farol) sentado en una silla, un pie sobre otro. Todavia es mas seguro tender en medio de la pieza un colchon, doblado en dos y poner encima las sillas. Estos colchones no llamando la materia del rayo como las paredes, no preferirá interrumpir su curso pasando por medio del ayre del quarto y los colchones, quando puede seguir la pared, que es mejor conductor.
Pero, asi concluye Franklin esta obrilla, quando hay (...) proporcion de tener una hamaca ( que es un lecho suspendido con cuerdas) colgada con cordones de seda, ó de lana, ó de pelo, à igual distancia del techo, del suelo y de las paredes del quarto, se ha logrado quanto se puede desear> deséar para la mayor seguridad en qualquiera pieza que sea, y lo que realmente se puede mirar como mas à proposito para ponerse à cubierto de todoriezgo de parte del rayo".
En resolucion, el Editor, avisa segun las observaciones de Franklin "el agua y todos los metales son buenos conductores de este fluido; y tambien otras substancias, como la madera y otros materiales empleados en los edificios, siempre que contengan cierta porcion de partes aquosas = el vidrio, la cera, la seda, la lana, el pelo, las plumas y aun la madera muy reseca, no pueden servir de conductores para transmitir este fluido; esto es, en lugar de facilitar su paso, le resisten ó se le oponen”. 
Esta nota se escribió hace más de doscientos años. No hay nada nuevo bajo el sol. Bah, bajo las tormentas. 

martes, 21 de enero de 2014

Cómo abandonar a los bebés

Es una caja con una ventanilla. Uno la abre cuidando que nadie lo vea, deposita el bebé, cierra la ventanilla, oprime el botón y se va. A los diez minutos (tiempo suficiente como para poder alejarse tranquilamente), suena una chicharra y el servicio de asistencia social pasa a retirar el niñito.
Hay baby boxes, cajas incubadoras, en Pekín y en Xi’an y en Nanjing. Pero también en Alemania, en Austria, en la India y en Paquistán. Tienen sus bondades. Es mejor que tirar los chicos en la letrina o en cualquier tacho de basura. No sólo no se mueren de frío, tampoco se los devoran los perros o las ratas.
Algo de esto pasaba en el Buenos Aires colonial. Hasta Carlos III se horrorizó porque un día hallaron en el Barrio de San Miguel dos criaturas, comida la una, sin resto de otro fragmento que un brazo que tenía un perro; y la otra roída hasta las caderas. No era la primera vez, ya se habían encontrado y otros dos niños, uno arrojado a un albañal que murió, y otro comido por los cerdos.
De allí que Vértiz creara la Casa Cuna y con ella un dispositivo del secreto y el honor de las solteras y las menesterosas: el torno, un armario cilíndrico de madera instalado en un hueco del muro, que giraba sobre un eje y que permitía pasar niños desde la calle nocturna al interior del instituto sin que se viera la madre furtiva.
El torno de los niños expósitos (de los expuestos, los puestos afuera de la sociedad) giró y giró hasta el invierno de 1891.Fue entonces cuando el higienista Emilio Coni lo juzgó aparato indigno de una sociedad culta.
Más de cien años después, las baby boxes replican el torno, aquel dispositivo del abandono. Pero no se crea que es cosa nueva.
Los griegos cuentan que Pasífae, la esposa del rey Minos, tuvo amores con un toro de Creta. De ese tumulto de oscuridades nació Minotauro; hombre y toro en un mismo cuerpo, un monstruo que nadie debía ver.
Para ocultar su vergüenza adulterina, Minos le encargó al gran arquitecto Dédalo que construyera un laberinto, una confusión de calles y encrucijadas destinada a confundir a quien se adentre en él hasta serle imposible la salida. Algo así como un torno. O como una baby box.