Por qué Historias con Lupa

Si uno le pone una lupa a una tela aparentemente lisa descubre nudos impensados, hilos desparejos antes imperceptibles. Lo mismo pasa con la Historia. Cuando uno la mira con una lente inquisitiva, aparecen las vidas privadas, las mezquindades y los heroísmos y, en el fondo silencioso, los deseos, esos que explican de verdad las conductas. Esto queremos aquí: mostrar las historias con minúscula, los hilos imperfectos pero espléndidos que forman el tejido de la Historia con mayúscula.

Pero hay también otro modo. Una historia, esta vez de lo más íntimo, el cuerpo, escrita con imágenes. Para eso hay que ir a www.imagenesdelcuerpo.blogspot.com.

viernes, 27 de enero de 2012

La ilusión ataca de nuevo

Reflejos, intervención de Kurt Wenner

A propósito de la última edición de Historias con lupa, en la que se decía que la verdad de la calavera se entrega únicamente a quien mira en diagonal, Carlos Vertedor, un seguidor de este blog, escribe:  
“No sólo se debe mirar al sesgo sino que hay instrumentos que nos permiten resolver la anamorfosis. Utilizando una cuchara, por ejemplo, o un cilindro espejado. Se lo apoya en la punta del plano del sector deformado y aparecerá resuelta la calavera deformada. 
Recuerdo que mi padre, un excelente dibujante, me mostró alguna vez un dibujo que estaba hecho en tinta china. Más que un dibujo era una mancha de tinta que tenía forma de semicírculo. Uno apoyaba en forma vertical el capuchón metálico estañado de la lapicera fuente en una parte de esa mancha y aparecía reflejada la imagen de una mujer desnuda. Era algo impecable. Según mi viejo lo había hecho un amigo de él. Yo siempre tuve mis dudas....”
Esta técnica se aplica desde hace muchos años en la publicidad estática de los estadios de fútbol, continúa Vertedor. En la pantalla del televisor se ven los escudos de los equipos y las imágenes publicitarias como si fueran carteles. Si estuviéramos en el mismo campo de juego y mirásemos el césped,  sólo veríamos una imagen enormemente alargada y  deformada a la que no se le puede dar un significado. Solamente se puede “ver” desde el punto de observación de la cámara. Una anamorfosis.
“Hay pintores que hacen su arte en la calle, en una superficie plana, tal es el caso de Eric Grohe Miller y otros. Se pueden ver solamente desde un exclusivo punto de observación. Si uno se mueve, verá todo deformado. Y un poco más lejos no podrá definir qué es lo que está mirando”.
Es cierto, los que pintan (literalmente) las calles con sus tizas de colores saben que sus imágenes son ilusiones. Y que son efímeras. La primera lluvia las devuelve a su realidad de tiza mojada. 

miércoles, 25 de enero de 2012

Imágenes del cuerpo. El lado oscuro de la geometría

Los embajadores, Hans Holbein el Joven, 1533, National Gallery, Londres

Casi no hay cuerpos. Hay, sobre todo, signos. La daga aúrea, el armiño suntuoso, la sotana de brocado. Y otros signos. La esfera celeste de la astronomía, las brújulas que buscan compulsivamente el norte, los relojes que creen medir el tiempo.
Los embajadores es una máquina de apariencias que, como negras capas imperceptibles, embozan los cuerpos. A primera vista, no hay más que cuerpos arropados.
Las claves simbólicas del cuadro de Holbein el Joven están en cualquier enciclopedia a mano; no es lo que nos importa. Lo que nos interesa es que no hay un solo punto de los cuerpos representados (a una imponente escala 1:1) que no coincida exactamente con los cuerpos reales.
La visión geometral es impecable, pero. Pero allí, en el suelo, en ese piso que replica puntualmente los mosaicos de la abadía de Westminster con una perspectiva perfecta. Allí ese como caracol marino desconchado que interrumpe la mirada, que la molesta. Flota, se inclina.
Nos acercamos. Miramos de nuevo, miramos con la mirada que hemos aprendido como un automatismo ciego. Las imágenes son más precisas, pero eso es cada vez más enigmático.
A menos que miremos desde un cierto ángulo, sesgadamente. Entonces veremos. Eso es una calavera. El único signo del cuerpo, el signo de la muerte que advierte que todo otro signo es puro relumbrón.
Esa calavera deforme y confusa es una anamorfosis, una mancha sin sentido que sólo se hace inteligible cuando miramos al sesgo.
La perspectiva es una ilusión, una técnica para llevar a un plano lo que es tridimensional. La puso en palabras un matemático, Alberti, allá por el siglo XV. Entonces pensamos que podíamos representar lo que se nos viniera en gana si nos ateníamos a la geometría, a la razón. Pero vino la anamorfosis a estropearlo todo, a decirnos que la verdad se entrega sólo a quien mira oblicuamente.
La anamorfosis es una perversión de la perspectiva. Un truco, diría Severo Sarduy, que devela la falacia de la imagen. Y la futilidad de las embajadas.