Hombre orinando,
Rembrandt
Harmensz van Rijn, 1631
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Un hombre de una pequeña aldea del ducado de Anjou, en el
valle del Loire, al oeste de Francia, demandó judicialmente a Google por
fotografiarlo mientras orinaba en el jardín de su casa. Alegó que se había
convertido en el hazmerreír de la comunidad y quiso ser resarcido por las
burlas y las mofas de sus vecinos.
Es lógico, uno es civilizado precisamente porque oculta sus
necesidades. Eso es lo que enseña Norbert Elías al descubrir que el proceso de
civilización es, ni más ni menos, que la historia del pudor y la represión de
las pulsiones. Un antiquísimo catecismo enseñaba que nadie debe realizar sus necesidades naturales de un modo poco
caballeresco, esto es, desvergonzado y sin recato…
Y, si uno no tiene más remedio que presenciar estas
desvergüenzas, más vale no mirar. Cuando
se pase al lado de una persona que está satisfaciendo una necesidad natural
–prescribe la “Éthique galante” de 1731-, se
hace como que no se ve y, por consecuencia, saludarlo es contrario a la
cortesía. He aquí la clave.
La civilización indica que uno debe ver, pero no mirar, lo
que no está bien. Mirar lo que no es conveniente (mirar a un desprevenido
ciudadano cuando orina y, peor aun, subirlo al ciberespacio) es romper una
norma profundamente arraigada. Si uno ve, hay que desviar los ojos, hacer como
que no ve. ¿O nunca apartamos la mirada al pasar por un nocturno zaguán pasional?