Las trece ocas son las que avisaban desde el Capitolio romano el avance del enemigo, los animales reverenciados por los egipcios porque dominan el agua, la tierra y el aire. Son asimismo las que, si se sacan los dados precisos, llevan a la Gran Oca final de una sola jugada; algo casi imposible.
Y, desde ya, una simbología. El camino se desarrolla en forma de espiral, que no sería otra cosa que un símbolo antiquísimo, el ciclo del nacimiento, la muerte, la reencarnación. El Laberinto, el Pozo, el Puente no necesitan interpretación. Son los momentos de la vida.
Aun en este tiempo infernal de los videojuegos, los chiquitos juegan a la oca. No es poco lo que aprenden. Aprenden a creer en una ficción. Aprenden que hay un azar, que existe la muerte, el pozo, la cárcel, el puente. No es el dado lo que determina el camino, sino el paso por las casillas del destino. Todo juego comporta un rito, dice Roger Caillois. En este caso, el rito de la vida.