Hace exactamente 178 años, Juan Manuel de Rosas convocó al
cuerpo diplomático en el Fuerte para celebrar el 25 de mayo. El discurso del
Restaurador fue histórico de verdad, puesto que hizo una particular interpretación del 25 de mayo que él había vivido a sus diecisiete años.
Aquella gesta, dijo, no fue para “sublevarnos contra las
autoridades legítimas constituidas, sino para suplir la falta de las que,
acéfala la Nación, habían caducado de hecho y de derecho. No para sublevarnos
contra nuestro soberano, sino para conservarle la posesión de su autoridad de
la que había sido despojado por un acto de perfidia. No para romper los
vínculos que nos ligan a los españoles, sino para fortalecerlos más por el amor
y la gratitud, poniéndonos en disposición de auxiliarlos con mejor éxito de su
desgracia. No para introducir la anarquía, sino para preservarnos de ella…”
Para el Restaurador, lo de Mayo fue un acto heroico para
eludir la anarquía de una España acéfala. No fue precisamente una revolución
porque no estaba dirigida contra la monarquía.
Juan Bautista Alberdi mojó su pluma de desdén para
contestarle: Rosas “no conoce la historia del país, o bien la quiere mal”. “Presentó
a la Revolución como un paso de fidelidad, de subordinación colonial hacia la
dominación de Fernando VII, y no como una insurrección de libertad y de
independencia americana”.
Para el constitucionalista, el 25 de mayo había sido desde
el vamos una gesta independentista y republicana inspirada en la Revolución
Francesa que, por añadidura, contenía los gérmenes de un régimen representativo
y federal.
Rosas, el primer revisionista. Alberdi, el primer liberal.
Distintos modos de hacer uso de la historia.