Por qué Historias con Lupa

Si uno le pone una lupa a una tela aparentemente lisa descubre nudos impensados, hilos desparejos antes imperceptibles. Lo mismo pasa con la Historia. Cuando uno la mira con una lente inquisitiva, aparecen las vidas privadas, las mezquindades y los heroísmos y, en el fondo silencioso, los deseos, esos que explican de verdad las conductas. Esto queremos aquí: mostrar las historias con minúscula, los hilos imperfectos pero espléndidos que forman el tejido de la Historia con mayúscula.

Pero hay también otro modo. Una historia, esta vez de lo más íntimo, el cuerpo, escrita con imágenes. Para eso hay que ir a www.imagenesdelcuerpo.blogspot.com.

viernes, 29 de abril de 2016

Imago nos: Cabildo y Juramento



Cabildo y Juramento, circa 1900. Detrás se ve la cúpula de La Redonda 
 (la Inmaculada Concepción, inaugurada en 1878) y, a la izquierda, el mirador 
del hotel Watson (en la recova lindera a la iglesia) desde  
donde se avistaban las diligencias. 
Están posando para la posteridad, como si supieran que más de un siglo después los miraríamos con curiosidad. Están en Cabildo y Juramento, en el barrio de Belgrano.
El del delantal blanco que le cubre desde la cintura hasta los pies (a la izquierda de la imagen, al costado de los adoquines amontonados) debe ser el empleado de El Baratillo de Belgrano, quizá los otros sean clientes. “Baratillo”, dice la Real Academia, es “un lugar donde se venden y cambian artículos a bajo precio, especialmente robados". Prejuicios de los señores académicos.
Si uno le pone la lupa a la imagen, puede ver ropa colgada, probablemente usada, en oferta. Es para el pobrerío que vive unas cuadras abajo, poco más allá del terraplén del ferrocarril Mitre, con el río lamiéndoles los pies.
Delante de la panadería Belgrano, la de los toldos blancos, no hay más que unos purretes. Más o menos en ese mismo lugar, actualmente existe otra panadería que vende unas estupendas ensaimadas, unos bollos de pasta hojaldrada en forma de espiral, que se ven poco en la city posmoderna.
Por ahí pasaba el tranguasito (diminutivo de “tramway” castellanizado), un tranvía tirado por caballos con su mayoral y su guarda, que iba y venía desde la estación Belgrano hasta Juramento y Vidal. Siempre llegaba justo para una grapa en El Gallo, un almacén con despacho de bebidas. En la esquina paraba la diligencia de Juan Callaba, que llegaba puntualmente de Plaza de Mayo. El hombre, sin saber qué cosa era un teodolito, ni nada por el estilo, había trazado sin equivocarse las calles de Belgrano.
Y había llamado a su diligencia con el poético nombre de La Golondrina. El mismo que había elegido Flaubert para nombrar a la diligencia de Yonkville, el pueblo en el que vivía madame de Bovary. Coincidencias de la historia.