Es el estudio de Fortunato la Cámera (1887/1951). Pinta esas habitaciones una y otra vez. Como si le obsesionara el modo en que la media luz cae sobre el objeto, alterándolo (ver https://imagenesdelcuerpo.blogspot.com/).
De hecho, ha pintado decenas de veces este adentro-afuera, este interior-exterior de su balcón sobre el puerto. Pero en esta ocasión, cosa rara, ha incluido en primer plano un botijo de barro.
En un barrio inmigrante, no es nada extraña la presencia de un botijo (un cántaro de barro poroso con un asa y dos bocas: una para llenarlo de líquido y otra para beber) que no sólo sirve para contener agua sino también refrigerarla. No lo es porque fueron los inmigrantes los que trajeron estas vasijas a fines del siglo XIX.
El arqueólogo Daniel Schávelzon explica que la vasija es, de hecho, un intercambiador de calor entre la temperatura interna y externa que aprovecha la sequedad del medio ambiente y la alta temperatura. Se lo llena de agua, se lo dejar reposar y en unas siete horas reduce la temperatura del líquido que contiene a unos quince grados.
Una antigua y brillante tecnología del Mediterráneo. Que la humedad de Buenos Aires terminó arruinando.
