Cuando volvió de Europa, en 1921, los portones ya no estaban. Ahora se podía entrar de noche por la vieja avenida de las Palmeras
(ahora avenida Sarmiento) hasta los lagos. De chico había vivido muy cerca de allí,
en Serrano al 2100. En la esquina con Guatemala, cuando pasaba el organito, los
hombres bailaban tango entre sí porque las mujeres no querían bailarlo. Había
más huecos que casas y las veredas eran caminar por lo desparejo.
“Vamos a los portones”, decían las chinitas y se venían con
sus hombres de trajes lustrosos en los tranvías Lacroze. Todavía había
vestigios de la pulpería del Sol, en el suburbio de Thames y Santa Fe, donde la
soldadesca de Rosas hacía bromas crueles. Un poco más allá, hacia las vías del
ferrocarril, estaba lo de Hansen y los lupanares quiméricos.
Al llover, el agua corría turbulenta por Santa Fe en busca
del arroyo Maldonado, que todavía no estaba entubado. El agua era tanta, dice
el diario de los Mitre, que en 1903 el patrón de una lancha pescó una ballena
de treinta metros en la desembocadura del río de la Plata. Se la llevó a
Berazategui, vaya a saber uno para qué.
Poco quedaba de Villa Alvear, que ahora llaman Palermo
Viejo. Esas ausencias le hicieron comprender que su ciudad, que había creído su
pasado, era en realidad su presente, su futuro. Que aquellos años en Europa
habían sido ilusorios, que no se había podido ir de Buenos Aires.
Entonces escribió: “Ésta es una elegía de los rectos
portones que alargaban su sombra en la plaza de tierra. Ésta es una elegía que
se acuerda de un largo resplandor agachado que los atardeceres daban a los
baldíos. Ésta es una elegía de un Palermo trazado con vaivén de recuerdo y que
se va en la muerte chica de los olvidos”.
Jorge Luis Borges fundaba la Buenos Aires mítica.El mojón que anunciaba aquel viaje interminable eran los Portones de Palermo.
Jorge Luis Borges fundaba la Buenos Aires mítica.El mojón que anunciaba aquel viaje interminable eran los Portones de Palermo.