Por qué Historias con Lupa

Si uno le pone una lupa a una tela aparentemente lisa descubre nudos impensados, hilos desparejos antes imperceptibles. Lo mismo pasa con la Historia. Cuando uno la mira con una lente inquisitiva, aparecen las vidas privadas, las mezquindades y los heroísmos y, en el fondo silencioso, los deseos, esos que explican de verdad las conductas. Esto queremos aquí: mostrar las historias con minúscula, los hilos imperfectos pero espléndidos que forman el tejido de la Historia con mayúscula.

Pero hay también otro modo. Una historia, esta vez de lo más íntimo, el cuerpo, escrita con imágenes. Para eso hay que ir a www.imagenesdelcuerpo.blogspot.com.

viernes, 8 de abril de 2016

Elegía de los portones





Los Portones de Palermo (1875) daban paso al Parque 
3 de Febrero. Tenían tres entradas para carruajes y 
jinetes (en algún momento se les cobró peaje) 
y dos para peatones. Se  demolieron en 1917. 
Hoy existe una réplica menor en el Zoológico.

Cuando volvió de Europa, en 1921, los portones ya no estaban. Ahora se podía entrar de noche por la vieja avenida de las Palmeras (ahora avenida Sarmiento) hasta los lagos. De chico había vivido muy cerca de allí, en Serrano al 2100. En la esquina con Guatemala, cuando pasaba el organito, los hombres bailaban tango entre sí porque las mujeres no querían bailarlo. Había más huecos que casas y las veredas eran caminar por lo desparejo.
“Vamos a los portones”, decían las chinitas y se venían con sus hombres de trajes lustrosos en los tranvías Lacroze. Todavía había vestigios de la pulpería del Sol, en el suburbio de Thames y Santa Fe, donde la soldadesca de Rosas hacía bromas crueles. Un poco más allá, hacia las vías del ferrocarril, estaba lo de Hansen y los lupanares quiméricos.
Al llover, el agua corría turbulenta por Santa Fe en busca del arroyo Maldonado, que todavía no estaba entubado. El agua era tanta, dice el diario de los Mitre, que en 1903 el patrón de una lancha pescó una ballena de treinta metros en la desembocadura del río de la Plata. Se la llevó a Berazategui, vaya a saber uno para qué.
Poco quedaba de Villa Alvear, que ahora llaman Palermo Viejo. Esas ausencias le hicieron comprender que su ciudad, que había creído su pasado, era en realidad su presente, su futuro. Que aquellos años en Europa habían sido ilusorios, que no se había podido ir de Buenos Aires.
Entonces escribió: “Ésta es una elegía de los rectos portones que alargaban su sombra en la plaza de tierra. Ésta es una elegía que se acuerda de un largo resplandor agachado que los atardeceres daban a los baldíos. Ésta es una elegía de un Palermo trazado con vaivén de recuerdo y que se va en la muerte chica de los olvidos”.
Jorge Luis Borges fundaba la Buenos Aires mítica.El mojón que anunciaba aquel viaje interminable eran los Portones de Palermo.