Por qué Historias con Lupa

Si uno le pone una lupa a una tela aparentemente lisa descubre nudos impensados, hilos desparejos antes imperceptibles. Lo mismo pasa con la Historia. Cuando uno la mira con una lente inquisitiva, aparecen las vidas privadas, las mezquindades y los heroísmos y, en el fondo silencioso, los deseos, esos que explican de verdad las conductas. Esto queremos aquí: mostrar las historias con minúscula, los hilos imperfectos pero espléndidos que forman el tejido de la Historia con mayúscula.

Pero hay también otro modo. Una historia, esta vez de lo más íntimo, el cuerpo, escrita con imágenes. Para eso hay que ir a www.imagenesdelcuerpo.blogspot.com.

viernes, 27 de enero de 2017

Bailáte el Himno, Isadora


La túnica es un velo que nada vela. Al contrario, divulga
el cuerpo como lo que es: una buena noticia.
Los pies, en vuelo. Hacia arriba. Desmintiendo la gravedad.
Las piernas bienaventuradamente abiertas.
Isadora Duncan baila temerariamente.
Una noche de invierno, Isadora Duncan fue a un cabaret, quizá en La Boca. Era una sala espesa por el humo, una sala con jóvenes morenos enlazados a chicas igualmente morenas que bailaban el tango.
“Yo no había bailado nunca el tango, pero un mozo argentino me obligó a intentarlo –cuenta en Mi vida-. A mis primeros pasos tímidos sentí que mis pulsaciones respondían al incitante ritmo lánguido de aquella danza voluptuosa, suave como una larga caricia, embriagadora como el amor bajo el sol del mediodía, cruel y peligrosa como la seducción de un bosque tropical. Sentía todo esto mientras el brazo de aquel mozo de ojos negros me guiaba estrechándome confidencialmente…”
En eso, unos estudiantes la reconocieron. Le dijeron que estaban celebrando la libertad de la Argentina. Era julio de 1916, unos meses antes Hipólito Irigoyen había ganado las elecciones presidenciales por afano.
Le pidieron que bailara el himno argentino, como antes había bailado la Marsellesa y como más tarde bailaría la Marcha Eslava de los rusos. Se envolvió en la bandera y bailó el himno.
El éxito fue eléctrico. Los estudiantes le suplicaron que repitiera el himno una y mil veces, mientras ellos cantaban. Mientras tanto, el mozo de ojos negros que había bailado el tango con Isadora esperaba en una mesa. Fumaba.