¿A quién se le ocurre hablar de almorranas (también dichas hemorroides, por eso del flujo de sangre donde no debiera fluir) en el Telégrafo Mercantil, Rural,
Político-Económico e Historiográfico que, se supone, debe ser el vero
“retrato político-moral del gobierno secular y eclesiástico, antiguo y moderno
de la sierra del Perú”? Y, sin embargo, a alguien se le antoja esa letrilla
escatológica firmada por un tal “Poeta Médico de las Almorranas”. Es lógico
que el detestable autor de este poema, es un decir, no dé la cara. Véase, si
no:
¿Hasta cuándo traidoras almorranas,
después de
quedar sanas
y ya
purificadas
volvéis a
las andadas?
¿Por qué
irritáis con bárbaro perjuicio
la paz del
orificio
que,
acostumbrado a irse de vareta,
su posesión
nadie inquieta,
y en lícitos
placeres
hace sus
menesteres?
No le deis
más tormentos:
dejad que
expela, en paz, sus excrementos
Se infringe claramente una norma no escrita de la decencia:
el cuerpo no se publica. Mucho menos en el Telégrafo de Su Majestad. El virrey
del Pino castiga la osadía: el 17 de octubre de 1802 clausura el pasquín por “procacidad”.
Faltaba más.