En el Buenos Aires antiguo la ropa pasaba de generación en
generación. Las madres legaban a sus hijas las faldas de raso. Los mozos pedían
que le dieran vuelta una capa que había sido de su padre. Un tijeretazo aquí o
allá, nada más. Los vestidos decían el cuerpo. Pero el cuerpo, por aquella
época, estaba anudado por Dios.
Hacia fines del siglo XVIII, en España se editó Muestra de trages y muebles decentes y de
buen gusto. Era el amanecer de la moda entre los decentes, aquellos que tenían suficiente dinero como para acreditar
buen gusto, un criterio necesario de
distinción de clase cuando la movilidad social se hizo fastidiosa.
A Buenos Aires la moda llegaba cansada de tanta travesía por
el Atlántico. En la primera mitad del siglo XIX, apenas se notó en el pantalón
jacobino de los revolucionarios y en incómodos vestidos que indicaban que las
mujeres decentes estaban
incapacitadas para el trabajo (y lo orgullosas que estaban de ello). Después,
los petimetres de la Belle Époque necesitaron
de la moda como un cedazo que los incluyera dentro de la élite al tiempo que
excluyera (no por mucho tiempo) a los parvenu
cuyos abuelos no olían a bosta.
En el siglo XX se inició decididamente la moda como un
sistema globalizado de preferencias que caducan cada vez más rápidamente. En
los ’60, Barthes publicó El sistema de la
moda. Es la imagen del vestido (no lo que el vestido es o lo que se dice de
él) la que construye un ideal de belleza inalcanzable y, por eso mismo, intensamente
deseado.
Cincuenta años más tarde, las pasarelas son una fusión del
teatro y la moda. “Un desfile puede ser una puesta escenográfica –dice el
diseñador Martín Churba-, donde hay un director, actrices, coreógrafos,
maquilladores y un público que espera, se emociona y aplaude”.
Para hacerse creíble, el ideal de belleza que se muestra en
los desfiles incorpora elementos del Zeitgeist,
el espíritu de época. Una de las colecciones presentadas en BAFWeek (Buenos
Aires, primavera-verano 2012/2013) está inspirada en las ventanas y los muros
de las redes sociales. Ventanas y muros en los cuerpos.