Guillermina María Mercedes de
Oliveira Cézar y Diana (1870/1936)
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Los encopetados señores de la Generación del 80 temían al
adulterio de sus mujeres más que a la peste. No sólo por los deshonrosos cuernos,
desde ya. También por la incertidumbre de los embarazos cuando la única prueba
de paternidad era un parecido a veces enojosamente vago y qué no decir cuando
la semejanza con el padre presunto era inexistente. En aquella época, los
métodos anticonceptivos eran los ciclos de las señoras o el frustrante salto atrás en el momento de la
eyaculación. Los preservativos de tripa de cerdo o de cordero (se usaban una y
otra vez, aunque, eso sí, antes había que lavarlos con agua y jabón y dejarlos una
noche en un baño de leche para suavizarlos) no eran seguros. Tampoco
lo eran los más sofisticados preservativos de caucho indio que se importaban de Inglaterra.
En estas condiciones riesgosas, el amor adúltero era puro
desasosiego. Aun así, a Eduardo Wilde no le inquietaba gran qué que su esposa,
Guillermina María Mercedes de Oliveira Cézar y Diana, se acostara regularmente
con Julio Argentino Roca.
Guillermina nunca tuvo hijos, a Dios gracias.