Por qué Historias con Lupa

Si uno le pone una lupa a una tela aparentemente lisa descubre nudos impensados, hilos desparejos antes imperceptibles. Lo mismo pasa con la Historia. Cuando uno la mira con una lente inquisitiva, aparecen las vidas privadas, las mezquindades y los heroísmos y, en el fondo silencioso, los deseos, esos que explican de verdad las conductas. Esto queremos aquí: mostrar las historias con minúscula, los hilos imperfectos pero espléndidos que forman el tejido de la Historia con mayúscula.

Pero hay también otro modo. Una historia, esta vez de lo más íntimo, el cuerpo, escrita con imágenes. Para eso hay que ir a www.imagenesdelcuerpo.blogspot.com.

sábado, 28 de julio de 2012

Personajes. Guillermina de Oliveira Cézar


Guillermina María Mercedes de 
Oliveira Cézar y Diana (1870/1936)

Los encopetados señores de la Generación del 80 temían al adulterio de sus mujeres más que a la peste. No sólo por los deshonrosos cuernos, desde ya. También por la incertidumbre de los embarazos cuando la única prueba de paternidad era un parecido a veces enojosamente vago y qué no decir cuando la semejanza con el padre presunto era inexistente. En aquella época, los métodos anticonceptivos eran los ciclos de las señoras o el frustrante salto atrás en el momento de la eyaculación. Los preservativos de tripa de cerdo o de cordero (se usaban una y otra vez, aunque, eso sí, antes había que lavarlos con agua y jabón y dejarlos una noche en un baño de leche para suavizarlos) no eran seguros. Tampoco lo eran los más sofisticados preservativos de caucho indio que se importaban de Inglaterra.
En estas condiciones riesgosas, el amor adúltero era puro desasosiego. Aun así, a Eduardo Wilde no le inquietaba gran qué que su esposa, Guillermina María Mercedes de Oliveira Cézar y Diana, se acostara regularmente con Julio Argentino Roca. 
Guillermina nunca tuvo hijos, a Dios gracias.
Guillermina estudió en el Colegio Americano de la calle Reconquista 4 conducido por Mary Elizabeth Conway, una de las maestras que trajo Sarmiento de los Estados Unidos. Los Zapiola, los Ortiz Basualdo, los Martínez de Hoz mandaban allí a sus niñas.
La chiquilla no tenía más de quince años cuando se casó con el cincuentón Eduardo Wilde (1844/1913), por entonces ministro de Justicia, Culto e Instrucción; laicista a más no poder, como que fue el hacedor de las leyes de educación laica y de matrimonio civil. El presidente de la República, Julio Argentino Roca, fue el padrino de la ceremonia.
Eduardo estaba encantado con la niña. Tanto que -según la catoliquísima Isabel Molina Pico- llevaba a sus compañeros de brandy y cigarros a mirar cómo dormía, como un ángel. Quién sabe si Roca fue uno de los aventurados que caminó el dormitorio matrimonial de puntillas. El caso es que no le prestó demasiada atención a la adolescente de cintura estrechísima y pechos firmes.
Hasta que Guillermina cumplió los veinticinco. Ahora sí, toda una hembra. Roca no necesitó forzar límites, ella no los puso. Tampoco su amigo Eduardo, al parecer. La relación, no tan clandestina, duró varios años. El trío era la comidilla del tout Buenos Aires.
La indiscreción de los amantes dio lugar a las pullas. A los coraceros, que eran la escolta presidencial en aquel entonces, se les llamaba los guillerminos porque eran comandados por el hermano de Guillermina, a quien Roca había nombrado saltando los formalismos.
El presidente comprendió que había que darle un corte al asunto y mandó al matrimonio Wilde a recorrer el mundo en diversas misiones diplomáticas. Pero las burlas no cesaron, al contrario. La cosa pasó de castaño a oscuro cuando Caras y Caretas publicó una caricatura en la que Figueroa Alcorta criticaba la designación de Eduardo en Holanda. Roca le contestaba: Confío en que ha de serle grato a Guillermina… Era un juego de palabras: la reina de Holanda también se llamaba Guillermina, más exactamente Wilhelmina Helena Pauline, princesa de Orange-Nassau.
Ni siquiera lejos fueron discretos. En 1899, Roca viajó a Brasil con el propósito de dejar a Chile sin un eventual aliado. En la nutrida comitiva viajaba Enrique García Mérou, que le escribió a su hermano: “Desde que salimos, todos vimos que Wilde era el personaje predilecto del presidente, cosa chocante porque todos han dado en decir que Roca tiene una pasión senil por Guillermina y que los errores de su gobierno responden a un principio de reblandecimiento. Será calumnia, pero las apariencias son terribles, pues los tres personajes del enredo parecen empeñados en no producir un solo acto que no justifique la maledicencia. En el palacio Catete, Roca tenía alojamiento preparado para sus ministros y secretarios. Despidió al secretario para poner en su lugar a Wilde…”
Se dirá lo que se quiera, pero no es cierto lo que se murmuraba en los salones. Eduardo Wilde nunca dijo Los cuernos son como los dientes; duelen al salir pero ayudan a comer.