La actual Facultad de Ingeniería de la UBA |
Otros pasan impertérritos. Saben que es una facultad nunca terminada. Los más cancheros explican que el arquitecto había equivocado los cálculos y se suicidó lanzándose al vacío desde una de las torres. Aunque no hay ninguna torre.
Hubo una
vez que esa estructura quiso trepar al cielo. Las agujas altas como estrellas
lejanas. Las ojivas agudísimas. Un asombro
ojival, dice Homero Manzi.
Proyecto original del ingeniero Arturo Prins |
Aquel
edificio que se figuraba una catedral se instaló en un barrio de caballerizas,
corralones y conventillos. Un despropósito, una quimera.
No importa,
la oligarquía deseaba que Buenos Aires fuera París. Un diputado declaró que el
neogótico de la Île-de-France era
la arquitectura adecuada a una facultad porteña. Y el rector se apresuró a
pedir que se suprimiera la vereda de Las Heras “a semejanza de lo que
ocurre en Notre Dame”.
Pero,
claro, no somos París. El proyecto, concursado para el Centenario, se demoró
hasta lo indecible. Y lo atamo con
alambre, para usar algo del metalenguaje argentino. Los arcos ojivales se construyeron
con perfiles metálicos embutidos en la mampostería. El revoque se hizo con el
ladrillo picado que sobró mezclado con cal y arena.
El edificio
se inauguró el 17 de noviembre de 1925. Y así quedó. Un sueño de catedral
chato, mutilado. Buenos Aires –decía André
Malraux- es la capital de un imperio
imaginario.