En el invierno de 1832, Darwin anduvo por estos pagos. No sólo conoció a la equívoca Mary Clarke. También opinó sobre las Provincias Unidas del Río de la Plata, transidas de revoluciones cruentísimas. Lo hizo impiadosamente, como se ve.
“La policía y la justicia son completamente ineficientes. Si un hombre comete un asesinato y debe ser aprehendido, quizá pueda ser encarcelado o incluso fusilado; pero si es rico y tiene amigos en los cuales confiar, nada pasará. Parecen creer que el individuo cometió un delito que afecta al gobierno y no a la sociedad. (…)
En la Sala de Buenos Aires no creo que haya seis hombres cuya honestidad y principios pudiesen ser de confiar. Todo funcionario público es sobornable. El jefe de Correos vende moneda falsificada. El gobernador y el primer ministro saquean abiertamente las arcas públicas. No se puede esperar justicia si hay oro de por medio”.
En la Sala de Buenos Aires no creo que haya seis hombres cuya honestidad y principios pudiesen ser de confiar. Todo funcionario público es sobornable. El jefe de Correos vende moneda falsificada. El gobernador y el primer ministro saquean abiertamente las arcas públicas. No se puede esperar justicia si hay oro de por medio”.