La Historia
se escribe con historias; historias con las minúsculas de la gente. Gente como el diputado altoperuano José María Serrano, que escribió el Nos,
los representantes… Y que aquella noche de julio de hace doscientos tres
años se enamoró de Solana la Solanita Cainzo.
La historia con minúscula no terminó bien. Serrano se fue a hacer la independencia del Alto Perú. Y dejó
a Solanita para siempre.
Extraño nombre. La
Solanita se llamaba así por su padre, Francisco Solano Cainzo. Solana es el
sitio donde el sol da de lleno. De modo que Solano, Solana, Sol. Un Sol, eso
era la Solanita.
Cuando terminó la
gavota (si es que eso era una gavota), José María se precipitó sobre la soleada
Solana. Ni una pieza dejó de bailar con la niña.
Parece que el
hombre era dicharachero como ninguno. Alto, delgado, esa noche llevaba, como
era habitual en él, la camisa de alto cuello volcado sobre la levita negra. La
muchacha hubiera querido posar la cabeza renegrida en la pechera blanca.
Se casaron. Pero
José María era un andariego de las revoluciones. Fue a Buenos Aires, donde
presidió el Congreso entre 1817 y 1818. En el viaje de regreso a Tucumán lo
apresó una partida de Pancho Ramírez, que no tuvo mejor idea que llevarlo a su
jefe enchalecado con cuero fresco, que se iba achicando a medida que se iba
secando. Por suerte, el caudillo lo liberó. Unos años más tarde volvió a su
Charcas natal. Firmó el acta de la independencia de Bolivia. Anduvo por
Francia, prefecto de Chuquisaca. Fue ministro de la Corte Suprema y hasta
presidente interino un par de veces. Murió en 1852.
La Solanita, que ya
era misia Solana, no hacía otra cosa en Tucumán que esperar en vano a su marido
andarín. Sólo sabremos de ella cincuenta y dos años más tarde de aquel baile de
hadas. El 26 de enero de 1868, el diario tucumano El Pueblo publicaba un
sombrío pedido:
Sírvase insertar en su periódico estas líneas, suplicando a las señoras
piadosas de ésta para que me proporcionen una habitación pequeña, obligándome a
servirles en todo lo que me sea posible, por hallarme en indigencia. Es un
favor que suplico, por hallarse mi fortuna en pleito.
Solana Cainzo
A esto había
quedado reducida Solana. Solana, a la que ya no le daba el sol.