Por qué Historias con Lupa

Si uno le pone una lupa a una tela aparentemente lisa descubre nudos impensados, hilos desparejos antes imperceptibles. Lo mismo pasa con la Historia. Cuando uno la mira con una lente inquisitiva, aparecen las vidas privadas, las mezquindades y los heroísmos y, en el fondo silencioso, los deseos, esos que explican de verdad las conductas. Esto queremos aquí: mostrar las historias con minúscula, los hilos imperfectos pero espléndidos que forman el tejido de la Historia con mayúscula.

Pero hay también otro modo. Una historia, esta vez de lo más íntimo, el cuerpo, escrita con imágenes. Para eso hay que ir a www.imagenesdelcuerpo.blogspot.com.

viernes, 16 de agosto de 2019

Esclavos de la Patria






La memoria de San Martín murió en 1916. Porque en ese año falleció el último de los soldados que podía recordarlo vivo. Eufrasio Videla aseguraba, créase o no, que había estado en el “Zanjón de Maipú”, donde la mitad de los libertos quedó en el campo de batalla. ¡Fieros habían sido! –decía- Peleamos y peleamos y no aflojaban…  




“No hay remedio -escribía San Martín cuando estaba organizando el Ejército de los Andes-, sólo nos puede salvar el poner a todo esclavo sobre las armas…”
Eso hizo, reclutó cuanto afro pudo. La asimilación no fue fácil. La Revolución estaba por hacerse. Avanzaba a trompicones en lo político, pero en lo social rengueaba. Todavía regía el tradicional sistema de castas. Continuaba la estigmatizante separación jerárquica entre los probables blancos ("probables" a causa de la creciente mestización) y los negros y su infinidad de variantes mestizas. 
Es imposible “reunir en un solo cuerpo las diversas castas de blancos y pardos –admitía San Martín-. El deseo que me anima de organizar las tropas con la brevedad y bajo la mayor orden posible, no me dejó ver por entonces que esta reunión sobre impolítica era impracticable. La diferencia de castas se ha consagrado a la educación y costumbres de casi todos los siglos y naciones y sería quimera creer que por un trastorno inconcebible se llamase el amo a presentarse en una misma línea con su esclavo”.
Es más, aun en el interior de las castas había diferenciaciones sociales. Véase si no.
Un pardo liberto propuso que se lo dispensara del servicio  militar y que se aceptara un personero suyo para que llenara la falta. El personero de Esteban Batallo (¡vaya nombre para no querer pelear!) era un esclavo que el mulato había comprado para suplantarlo. Así fue como el buen Batallo se quedó en casa.
Quién sabe cómo le fue a su personero, que fue uno de los 2.500 soldados de color que cruzaron Los Andes. Ojalá haya sido uno de los 143 que volvieron con vida.