Si uno se suscribe, apenas enciende el iPhone aparece un mapita que indica en tiempo real dónde están las personas incluidas en la lista de contactos; esposos, amantes o lo que fuere. Ahora parece que las corporaciones informáticas tienen esos datos quiéralo uno o no. No hay vida privada que aguante.
También somos rastreados por las cámaras de seguridad que hay en las calles, en los bancos, en las oficinas. Hasta cuando pasamos nuestra tarjeta monedero en el subte alguien sabe dónde estamos y qué estamos haciendo.
“Ya nunca volveremos a estar solos”, dijo alguien. No es así.
En el Buenos Aires antiguo sí que la experiencia de la soledad era imposible. Uno convivía con padres, hijos, tíos, primos. Hoy las redes del parentesco no son relevantes. Lo que cuenta son otras redes, invisibles.
No es que nunca volveremos a estar solos. Lo que pasa es que nunca volveremos a pasar desapercibidos. Estaremos geolocalizados constantemente. Pendemos de las telearañas informáticas como moscas enloquecidas.