Pero a no equivocarse, la utopía del amor todavía está allí. La prueba son esas lágrimas que provocan los romances de la ficción. Todos desean desesperadamente relaciones románticas estables y seguras. Pero en el mercado del amor y del sexo hay una oferta casi infinita. Es como si los enamorados estuvieran todo el tiempo evaluando el grado de satisfacción que le proporciona el otro. Y lo cotejan con la satisfacción que podría darle un tercero. Hay, entonces, un dilema: se desea un compromiso a largo plazo pero, al mismo tiempo, se lo evita.
El paradigma del desafecto es la Malparida de la telenovela. Lo anuncia la cortina musical: “Tú eres la virgen de la avaricia/Controlas tus caricias con una calculadora/La que nunca se enamora”. Renata se acuesta con Lautaro, con Lorenzo, con Uribe, con Carvallo. Lo hace con una naturalidad envidiable. No se le mueve un músculo. Quién sabe si no es frígida. Salvo con Lautaro, desde ya. El amor entre ellos sigue intacto.
Renata es bellísima, despiadada, un poco loca. Es una loba depredadora con los hombres. No falta quien se identifique con ese amor de mercado. Como dice Woody Allen, “la vida no imita al arte, sino a la mala televisión”.
En todo caso, la Malparida enseña una distancia irónica acerca de los propios ideales del amor. El flechazo del primer encuentro es algo que dura poco. La sexualidad puede ir y venir por donde se le antoje. Es más, es bueno que vaya y venga así uno aprende. (Fragmento)
Ricardo Lesser
Caras y Caretas N° 2256; marzo 2011