Las imágenes eróticas encontradas en la casa de los Cobo habrían sido inspiradas en las litografías del pornógrafo francés Achille Deveria. |
En la casa de Manuel José Cobo, como en todas por entonces, había un pozo de basura que se había llenado entre 1860 y 1895. Tendría unos siete, siete metros y medio. Los sirvientes tiraban los desperdicios en ese hoyo y los tapaban con paladas de tierra para que no olieran.
Un verano cualquiera, al arqueólogo urbano Daniel Schávelzon se le dio por excavar y traer a la memoria lo olvidado cien años atrás. En la fosa encontró lo usual: botellas desbaratadas, frascos que fueron de perfumería, copas quebradas. (…) Lo verdaderamente sorprendente fue el hallazgo de tres placas eróticas de porcelana. En la más completa –dice Schávelzon- hay “una pareja semidesnuda sobre un chaise-longue con cortinas y a un lado una mesita de luz con un vaso y un botellón. Los personajes están el hombre abajo y la mujer encima y ella toca una flauta que, en una escena digna de Las mil y una noches, produce la elevación del órgano sexual masculino”.
Por supuesto, las placas eran importadas, seguramente de Francia. La europeización del estilo de vida se veía hasta en las chucherías eróticas. Pero no es sólo ahí donde se devela la vida privada. A simple vista, las porcelanas eran inocentes. Hasta ponerlas a contraluz. Entonces transparentaban las desnudeces maliciosas.
La pornografía es la mostración de lo genital, de lo obsceno (del latín obscēnus, “fuera de la escena”), lo que tiene que estar fuera de la vista. La oleada de pornografía que venía de Europa ocurría justamente cuando los caballeros y las damas ponían distancia con los que no lo son a través de una cortesía exacerbada. Había allí una doble moral. La doble moral propia de la alta sociedad. La doble moral de esas placas eróticas que sólo cuando se ponen a la luz muestran lo que en realidad son. (Fragmento)
Ricardo Lesser
Caras y Caretas N° 2243; febrero 2010