¿Está seguro de que quiere beber este medicamento que le hará dormir y luego morir?
-Sí, seguro.
-Sí, seguro.
Hasta ahí todo bien. La muerte, bella, venía por la blanca alfombra aséptica que había tendido la clínica. El hombre bebió serenamente la pócima envenenada. Y se durmió por última vez.
Inesperadamente, roncó.
Era un ronquido. No un estertor de muerte, sino un ronquido que denotaba la vida. Un sonido inarticulado, una resistencia al paso del aire por la garganta. Una resistencia del cuerpo.
Fue horroroso. El ronquido develó brutalmente que la muerta maquillada no era sino un cuerpo que moría, la inminencia de la carne corrupta.
Fue obsceno, nadie quiere ver el cadáver. Por algo en estos tiempos los moribundos mueren en soledad.
(Antes de ayer la BBC difundió un documental sobre el suicidio asistido de Peter Smedley en la clínica suiza Dignitas).