Cada vez somos más virtuales. Nuestros cuerpos son imágenes en Facebook; nuestras voces, mensajes de texto; nuestros movimientos, impulsos nerviosos en la PlayStation.
Ahora, de pronto, ese mismo mundo virtual propicia el encuentro de los cuerpos, de los cuerpos reales. Hay un sitio (The Ohhtel, se llama pícaramente) “exclusivo para hombres y mujeres que desean conservar su matrimonio pero necesitan encontrar intimidad sexual en otro lugar”.
Es un sitio para que los casados localicen una pareja que quiera tener una relación sexual pura, puramente sexual, sin compromisos. En el primer mes de vida, se incorporó un adúltero potencial cada 60 segundos, casi todos ellos entre las 9 y las 18, en horario laboral.
Es como si los cuerpos virtuales, hechos de la materia de los sueños, se transformaran en cuerpos de carne enamorada o, en todo caso, de carne excitada. Como si en este borde erótico se abriera una grieta, una cesura que pone en riesgo el control social de los cuerpos reales. ¿Esto es realmente así?
¿Los cuerpos obedientes al control de la moral, la ley, el “sentido común” encontraron al fin la indisciplina de fusionarse sin culpas con otros cuerpos a la mala (ya que no a la buena) de Dios?
Para nada. The Ohhtel ofrece “una aventura discreta”, clandestina. Y es esa misma clandestinidad lo que confirma el modelo sexual imperante de la doble moral, tan heterosexual, tan pulcro. En todo caso, para ser infieles habrá que hacerlo modosamente en horario de oficina.