Por qué Historias con Lupa

Si uno le pone una lupa a una tela aparentemente lisa descubre nudos impensados, hilos desparejos antes imperceptibles. Lo mismo pasa con la Historia. Cuando uno la mira con una lente inquisitiva, aparecen las vidas privadas, las mezquindades y los heroísmos y, en el fondo silencioso, los deseos, esos que explican de verdad las conductas. Esto queremos aquí: mostrar las historias con minúscula, los hilos imperfectos pero espléndidos que forman el tejido de la Historia con mayúscula.

Pero hay también otro modo. Una historia, esta vez de lo más íntimo, el cuerpo, escrita con imágenes. Para eso hay que ir a www.imagenesdelcuerpo.blogspot.com.

lunes, 6 de septiembre de 2021

Una cuestión de honor

En el puerto hacía ese frío húmedo de los amaneceres de septiembre. Pero las reglas exigían que estuvieran semidesnudos. Se quitaron, pues, la camisa. Tuvieron que disimular el escalofrío, no fuera cuestión que lo confundieran con miedo.

Lisandro de la Torre e Hipólito Irigoyen se saludaron ceremoniosamente con el sable. Y arremetieron uno sobre otro.

Hubo una época en la que los políticos dirimían sus diferencias batiéndose a duelo. Cada vez que había una campaña electoral se desataba una epidemia de duelos. Esta vez, cuándo no, fue por una interna, la convención nacional del radicalismo. En un discurso, Lisandro cargó las tintas y, como no era la primera vez, Irigoyen lo retó “a trompadas o con las armas que elija”.

Cada uno eligió sus padrinos: Marcelo Torcuato de Alvear, don Hipólito y Carlos Rodríguez Larreta, Lisandro.

Nada de trompadas: sable, exigió el padrino de de la Torre. Pactaron asaltos de tres minutos con descansos de un minuto. Hasta que uno de los dos no diera más.

Alvear pidió dos semanas de gracia para que don Hipólito tomara lecciones de esgrima. Nunca había agarrado un sable, lo empuñaba como si fuera un facón.

De modo que, en la madrugada del 6 de septiembre de 1897, se vieron las caras.

Desde el primer asalto se vieron las diferencias. Yrigoyen jadeaba; estaba gordo, completamente fuera de estado. Y tenía 17 años más que el joven Lisandro, de sólo 28 y buen esgrimista.

En el segundo round, el sable de don Hipólito rozó el antebrazo de su enemigo. Nada serio, dijeron los médicos.

En el tercer asalto, una vergüenza: Yrigoyen fue alcanzado en un glúteo. La sangre le mojaba el pantalón. Alvear le dijo que ya estaba bien, que el honor estaba a salvo. Pero el herido no quiso.

En el cuarto, justo cuando Lisandro parecía imponer su pericia de esgrimista, un sablazo torpe de su torpe rival lo hirió en la sien derecha, la oreja y la mejilla. Tenía el rostro enteramente ensangrentado. Los médicos interrumpieron el lance. Hipólito Irigoyen había vencido de puro tozudo.     

Y, desde entonces, Lisandro de la Torre se vio obligado a usar barba para ocultar aquella cicatriz ultrajante.


El último duelo. Arturo Jauretche momentos después de batirse a duelo con el general Oscar J. Colombo, realizado en la quinta La Tacuarita, en San Vicente Provincia de Buenos Aires, 1971