Por qué Historias con Lupa

Si uno le pone una lupa a una tela aparentemente lisa descubre nudos impensados, hilos desparejos antes imperceptibles. Lo mismo pasa con la Historia. Cuando uno la mira con una lente inquisitiva, aparecen las vidas privadas, las mezquindades y los heroísmos y, en el fondo silencioso, los deseos, esos que explican de verdad las conductas. Esto queremos aquí: mostrar las historias con minúscula, los hilos imperfectos pero espléndidos que forman el tejido de la Historia con mayúscula.

Pero hay también otro modo. Una historia, esta vez de lo más íntimo, el cuerpo, escrita con imágenes. Para eso hay que ir a www.imagenesdelcuerpo.blogspot.com.

sábado, 12 de octubre de 2019

Esquina de "razas"

Esquina porteña, Prilidiano Pueyrredon, 1865

1865. Empieza la vergonzosa guerra contra Paraguay. No hace tanto que el Estado de Buenos Aires dio la libertad a los esclavos.
La ciudad quiere ser moderna, pero le cuesta. Se ven algunas novedosas casas de altos (quién sabe si son reales o una ilusión del pintor, Prilidiano Pueyrredon, que también es arquitecto). La calle tiene un leve declive, debe ser alguna de las que van al Paseo del Bajo.
Las esquinas todavía sin ochavas dan lugar a encuentros sorpresivos, a menudo indeseados. Como el choque entre esta señora sombría y esta niña, tan blanca.
La muchacha es de cuento de hadas. La señora, oscura. Como si tuviera un velo; pero no, es una afrodescendiente. Quizá una liberta de posibles, como se decía antes a la gente que tenía un buen pasar.
El de la señora es un cuerpo expandido por el miriñaque, prepotente. La niña, no.
En la imagen hay  algo que no va. El hombre blanco lleva sumisamente la canasta de quien parece ser su dueña, la señora oscura. ¿Pero adónde han ido a parar las distinciones de la piel?, parece preguntarse el señor que se asoma detrás de la puerta (¿Prilidiano mismo?).
Los descendientes de africanos siempre fueron representados como criados de librea de los grandes señores, a lo sumo como los bufones de Juan Manuel. Pueyrredon viene a decirnos que en cualquier esquina uno puede encontrarse con un afroamericano. Un horror.






El viejo vende sus naranjas a una niñita muy rubia y un niño de gorra a la inglesa. La deliciosa escena es acechada por un avieso chico de piel oscura que, en cualquier momento, roba una naranja. Prejuicios de don Prilidiano.

El naranjero, Prilidiano Pueyrredon, 1865