“… nací para ser un
verdadero cornudo”. Así le escribió José Francisco de San Martín a su amigo Tomás
Guido.
Para algunos esta
frase es un claro indicio de la infidelidad o, cuanto menos, de un flirteo
indiscreto, de María de los Remedios.
No por nada, murmuran, el general había
alejado intempestivamente del teatro de la guerra a esos dos brillantes y
hermosos oficiales, Pablo Murillo y Joaquín María Ramiro. Si hasta los hizo
rapar. Semejante degradación sólo se explicaría porque los mozos frecuentaban
con exceso el salón mendocino de la mujer de San Martín.
Algunos escribas
contemporáneos no dudan de los cuernos sanmartinianos. Copian alegremente
aquello de nací para ser un verdadero cornudo. No falta quien mutila la
frase para que sea más contundente. Nací para ser un verdadero cornudo.
La carta de marras está
fechada el 24 de abril de 1819. Hacía nueve días que el ministro directorial de Guerra,
Matías Irigoyen, había ordenado replegar al Ejército de
los Andes para combatir al levantisco Artigas en vez de invadir el Perú. Tenía razón San Martín: era “un
modo sumamente político de separarme del mando”. Al día siguiente, elevó su
renuncia a Juan Martín de Pueyrredon, el amigo que le estaba flaqueando.
Todos los amigos "me
han sido infieles", dijo San Martín: un cornudo.
El general no echó a nadie, mucho menos mandó a rapar a nadie. Los “brillantes y hermosos oficiales” llegaron
a Mendoza desde Chile, donde habían pasado dos años, el 27 de abril de 1819. Remedios se había ido a morir
en Buenos Aires justo un mes antes de que llegaran. No hubo oportunidad de romance alguno. Pero se sigue escribiendo sobre ese pecado imposible.
San Martín, que no
temía a los godos, hubiera temido tanto plumífero indocumentado.