Por qué Historias con Lupa

Si uno le pone una lupa a una tela aparentemente lisa descubre nudos impensados, hilos desparejos antes imperceptibles. Lo mismo pasa con la Historia. Cuando uno la mira con una lente inquisitiva, aparecen las vidas privadas, las mezquindades y los heroísmos y, en el fondo silencioso, los deseos, esos que explican de verdad las conductas. Esto queremos aquí: mostrar las historias con minúscula, los hilos imperfectos pero espléndidos que forman el tejido de la Historia con mayúscula.

Pero hay también otro modo. Una historia, esta vez de lo más íntimo, el cuerpo, escrita con imágenes. Para eso hay que ir a www.imagenesdelcuerpo.blogspot.com.

domingo, 17 de agosto de 2014

Nací para ser cornudo

¡Pueblos! ¿Os desengañaréis? Litografía coloreada, circa 1820
San Martín, ese tigre que quiere sangre y corona, pisa la 
cabeza cercenada de sus enemigos. Entre ellos Pablo 
Murillo, el brillante y hermoso oficial que, dicen las 
malas lenguas, tuvo amores con María de los Remedios. 
“… nací para ser un verdadero cornudo”. Así le escribió José Francisco de San Martín a su amigo Tomás Guido.
Para algunos esta frase es un claro indicio de la infidelidad o, cuanto menos, de un flirteo indiscreto, de María de los Remedios. 
No por nada, murmuran, el general había alejado intempestivamente del teatro de la guerra a esos dos brillantes y hermosos oficiales, Pablo Murillo y Joaquín María Ramiro. Si hasta los hizo rapar. Semejante degradación sólo se explicaría porque los mozos frecuentaban con exceso el salón mendocino de la mujer de San Martín.
Algunos escribas contemporáneos no dudan de los cuernos sanmartinianos. Copian alegremente aquello de nací para ser un verdadero cornudo. No falta quien mutila la frase para que sea más contundente. Nací para ser un verdadero cornudo.
La carta de marras está fechada el 24 de abril de 1819. Hacía nueve días que el ministro directorial de Guerra, Matías Irigoyen, había ordenado replegar al Ejército de los Andes para combatir al levantisco Artigas en vez de invadir el Perú. Tenía razón San Martín: era “un modo sumamente político de separarme del mando”. Al día siguiente, elevó su renuncia a Juan Martín de Pueyrredon, el amigo que le estaba flaqueando.
Todos los amigos "me han sido infieles", dijo San Martín: un cornudo.
El general no echó a nadie, mucho menos mandó a rapar a nadie. Los “brillantes y hermosos oficiales” llegaron a Mendoza desde Chile, donde habían pasado dos años, el 27 de abril de 1819. Remedios se había ido a morir en Buenos Aires justo un mes antes de que llegaran. No hubo oportunidad de romance alguno. Pero se sigue escribiendo sobre ese pecado imposible.
San Martín, que no temía a los godos, hubiera temido tanto plumífero indocumentado.