Por qué Historias con Lupa

Si uno le pone una lupa a una tela aparentemente lisa descubre nudos impensados, hilos desparejos antes imperceptibles. Lo mismo pasa con la Historia. Cuando uno la mira con una lente inquisitiva, aparecen las vidas privadas, las mezquindades y los heroísmos y, en el fondo silencioso, los deseos, esos que explican de verdad las conductas. Esto queremos aquí: mostrar las historias con minúscula, los hilos imperfectos pero espléndidos que forman el tejido de la Historia con mayúscula.

Pero hay también otro modo. Una historia, esta vez de lo más íntimo, el cuerpo, escrita con imágenes. Para eso hay que ir a www.imagenesdelcuerpo.blogspot.com.

miércoles, 9 de julio de 2014

El 10 de julio de 1816

La Casa de Tucumán fue la dote que
recibió Miguel Laguna cuando desposó a
Francisca Bazán. Blancas las paredes y
azul Prusia las puertas, su único adorno
eran las columnas torsas. Para el baile
hubo que correr las sillas que habían
prestado los curas de San Francisco.
La Independencia de las Provincias Unidas en Sud América se declaró un martes a las dos de la tarde. A la nochecita, el general La Madrid, valiente de valientes pero feo como un cuco, ya estaba organizando el baile para el miércoles.
No había mucho qué hacer en San Miguel del Tucumán, apenas una posta del Camino Real a Lima. Eran, como mucho, cinco mil vecinos. Un poco más allá de la Plaza Mayor, en la que pastaban las mulas, las casas iban raleando hasta desaparecer en la ronda.
Por eso el baile del 10 de julio de 1816 fue memorable. Arcadio el Tuerto Talavera contaba que había sido un baile blanco, de puras niñas “imberbes”. Don Arcadio, a la sazón un mocito de quince años, no había visto bien. Las niñas eran cualquier cosa menos “imberbes”.
El baile fue abierto por Belgrano, que sacó de su tímida silla a Solana Cainzo. La Solanita era una lindísima tucumana de diecinueve años. Pero más lo era María de los Dolores Helguero, una quinceañera con unos ojos así de grandes. El general, que tenía cuarenta y seis recién cumplidos, no permitió que bailara con otro en toda la noche. Le dio palabra de casamiento y, como eso habilitaba cierta intimidad en el trato, la niña quedó embarazada. Así nació Manuela Mónica del Corazón de Jesús Belgrano, que se parecía al general como dos gotas de agua.
Volvamos al baile. La Solanita se pasó la noche ruborizada, no tanto por la danza como por las cosas que le decía el altoperuano José Mariano Serrano. El diputado por Charcas, dicen, era alto, delgado, de rostro fino, enmarcado por larga patilla oscura. La muchacha quedó con calores por unos cuantos días.
Finalmente, se casaron, pero él regresó al Alto Perú. Con los años, Solana, aquella niña de piel de jazmín, pedía que la emplearan como doméstica a cambio de una habitación, no importaba lo pequeña que fuera. Había quedado en la indigencia. ¡Ah, aquel baile del 10 de julio de 1816!