Por qué Historias con Lupa

Si uno le pone una lupa a una tela aparentemente lisa descubre nudos impensados, hilos desparejos antes imperceptibles. Lo mismo pasa con la Historia. Cuando uno la mira con una lente inquisitiva, aparecen las vidas privadas, las mezquindades y los heroísmos y, en el fondo silencioso, los deseos, esos que explican de verdad las conductas. Esto queremos aquí: mostrar las historias con minúscula, los hilos imperfectos pero espléndidos que forman el tejido de la Historia con mayúscula.

Pero hay también otro modo. Una historia, esta vez de lo más íntimo, el cuerpo, escrita con imágenes. Para eso hay que ir a www.imagenesdelcuerpo.blogspot.com.

martes, 19 de noviembre de 2013

A código cerrado

Antiguo Congreso de la Nación Argentina, 
en Balcarce y Victoria (hoy Hipólito Yrigoyen), circa 1864. 
El Código Civil fue aprobado a libro cerrado, sin que hubiera habido debate, ni siquiera una lectura somera de sus más de cuatro mil artículos. No fue la única anomalía: el codificador, Dalmacio Vélez Sársfield, era también el ministro del Interior y, como tal, participó de la Comisión de Legislación que debía dar por bueno el proyecto del propio jurisconsulto, que cobraría sus suculentos honorarios del mismo Parlamento.  
No importa, el bueno de Dalmacio había redactado el Código Civil sin salirse una coma del ideario de la época. Desde luego, confirmaba la imbecilitas de la mujer, su inherente fragilidad. Perdonando el latinajo: “Mulieres sunt viris longe inferiores et animo et corpore”; las mujeres son muy inferiores en cuerpo y alma. Es lógica, entonces, la potestad marital, el poder de asistencia y protección del marido que no por nada es caput mulieris. De allí la incapacidad jurídica de la mujer casada, que quedaba bajo la tutela del marido (artículos 55 y 57). 
Quién sabe qué opinaba de estas cosas Aurelia, la culta hija de don Dalmacio, que le hizo de secretaria y trascribió los artículos donde se impedía a las mujeres aprender cualquier cosa (un oficio, un idioma, una receta) sin consentimiento de su marido. La misma Aurelia que se demoraba horas con su bienamado Sarmiento, en el saloncito a oscuras de los Vélez Sársfield.