Por qué Historias con Lupa

Si uno le pone una lupa a una tela aparentemente lisa descubre nudos impensados, hilos desparejos antes imperceptibles. Lo mismo pasa con la Historia. Cuando uno la mira con una lente inquisitiva, aparecen las vidas privadas, las mezquindades y los heroísmos y, en el fondo silencioso, los deseos, esos que explican de verdad las conductas. Esto queremos aquí: mostrar las historias con minúscula, los hilos imperfectos pero espléndidos que forman el tejido de la Historia con mayúscula.

Pero hay también otro modo. Una historia, esta vez de lo más íntimo, el cuerpo, escrita con imágenes. Para eso hay que ir a www.imagenesdelcuerpo.blogspot.com.

viernes, 4 de octubre de 2013

La primera toma del Buenos Aires

La rebelión empezó con un empujón al celador, que trastabilló. Ese traspié hizo añicos su autoridad. Vino entonces la lluvia de golpes. Los puños protestaban los azotes, los crueles despertares a las cinco oscuras de la mañana, las galletas duras como piedras del desayuno.
También les cayó la golpiza a los celadores que llegaron a poner orden. No era ese orden el que querían, sino otro. Quien lo puso fue un mocito de dieciséis años. Tomarían el Real Colegio Convictorio de San Carlos (hoy Colegio Nacional Buenos Aires) como se toma una plaza enemiga. Las puertas, cerradas. Los palos y los cascotes, en la mano. Y los pusilánimes, los que no estaban dispuestos a aguantar el riñón, afuera.
El jefe de esta módica insurgencia era Juan Gregorio de las Heras, que once años después pelearía contra los ingleses en el escuadrón de Húsares de Pueyrredón. No sabemos si su condiscípulo Bernardino Rivadavia, que siempre fue algo timorato, se quedó en los claustros alzados.
Bajo llave, encontraron algunos viejos fusiles y cartuchos húmedos con los que hacer salvas de advertencia. Les intimaron rendición. Se negaron, encaramados en las rejas. Juan mandó retenes. No se les fuera a ocurrir entrar por los túneles que los jesuitas habían practicado para llegar a la iglesia de San Francisco.  
Contrariado, el virrey Pedro de Melo ordenó acudir al Regimiento Fijo de clase veterana, que estaba asentado a la vuelta. Allí fueron los veteranos, muy de fusil y bayoneta. No era moco de pavo, el Fijo había combatido a Túpac Amaru. De modo que, visto el despliegue y para evitar que corriera sangre, Juan dispuso la capitulación. Vaya uno a saber la de chirlos que se llevaron.

Refectorio del Colegio Nacional Buenos Aires, circa 1890
La rebelión de los estudiantes del Real Colegio Convictorio de San Carlos tuvo lugar en 1796, trece años más tarde de que lo fundara Vértiz, el de las Luces. En 1818, Pueyrredón creyó que le cuadraba el nombre de esa patria confusa de sus tiempos: Colegio de la Unión del Sud. En 1823, Rivadavia lo denominó Colegio de Ciencias Morales, un puntal de su fallida reforma eclesiástica. En 1863, Mitre quiso zanjar las rencillas entre crudos y cocidos, porteños y provincianos, y lo nacionalizó: Colegio Nacional Buenos Aires.