La rebelión empezó con un empujón al celador, que trastabilló.
Ese traspié hizo añicos su autoridad. Vino entonces la lluvia de golpes. Los
puños protestaban los azotes, los crueles despertares a las cinco oscuras de la
mañana, las galletas duras como piedras del desayuno.
También les cayó la golpiza a los celadores que llegaron a
poner orden. No era ese orden el que querían, sino otro. Quien lo puso fue un
mocito de dieciséis años. Tomarían el Real Colegio Convictorio de San Carlos (hoy
Colegio Nacional Buenos Aires) como se toma una plaza enemiga. Las puertas,
cerradas. Los palos y los cascotes, en la mano. Y los pusilánimes, los que no
estaban dispuestos a aguantar el riñón, afuera.
El jefe de esta módica insurgencia era Juan Gregorio de las
Heras, que once años después pelearía contra los ingleses en el escuadrón de
Húsares de Pueyrredón. No sabemos si su condiscípulo Bernardino Rivadavia, que
siempre fue algo timorato, se quedó en los claustros alzados.
Bajo llave, encontraron algunos viejos fusiles y cartuchos
húmedos con los que hacer salvas de advertencia. Les intimaron rendición. Se
negaron, encaramados en las rejas. Juan mandó retenes. No se les fuera a
ocurrir entrar por los túneles que los jesuitas habían practicado para llegar a
la iglesia de San Francisco.
Contrariado, el virrey Pedro de Melo ordenó acudir al Regimiento
Fijo de clase veterana, que estaba asentado a la vuelta. Allí fueron los
veteranos, muy de fusil y bayoneta. No era moco de pavo, el Fijo había
combatido a Túpac Amaru. De modo que, visto el despliegue y para evitar que
corriera sangre, Juan dispuso la capitulación. Vaya uno a saber la de chirlos
que se llevaron.
Refectorio del Colegio Nacional Buenos Aires, circa 1890 |
La rebelión de los estudiantes del Real Colegio Convictorio de San Carlos tuvo lugar en 1796, trece años más tarde de que lo fundara Vértiz, el de las Luces. En 1818, Pueyrredón creyó que le cuadraba el nombre de esa patria confusa de sus tiempos: Colegio de la Unión del Sud. En 1823, Rivadavia lo denominó Colegio de Ciencias Morales, un puntal de su fallida reforma eclesiástica. En 1863, Mitre quiso zanjar las rencillas entre crudos y cocidos, porteños y provincianos, y lo nacionalizó: Colegio Nacional Buenos Aires.