Por qué Historias con Lupa

Si uno le pone una lupa a una tela aparentemente lisa descubre nudos impensados, hilos desparejos antes imperceptibles. Lo mismo pasa con la Historia. Cuando uno la mira con una lente inquisitiva, aparecen las vidas privadas, las mezquindades y los heroísmos y, en el fondo silencioso, los deseos, esos que explican de verdad las conductas. Esto queremos aquí: mostrar las historias con minúscula, los hilos imperfectos pero espléndidos que forman el tejido de la Historia con mayúscula.

Pero hay también otro modo. Una historia, esta vez de lo más íntimo, el cuerpo, escrita con imágenes. Para eso hay que ir a www.imagenesdelcuerpo.blogspot.com.

sábado, 28 de septiembre de 2013

Al aire libre

Torre Monumental o Torre de los Ingleses 
emplazada en la por entonces Plaza Britania, circa  1910 
Allá por los años treinta, se clausuraron los prostíbulos de Buenos Aires. Las más de veinticinco mil prostitutas que había en la ciudad no sabían qué hacer. En particular las prostibuleras, que debían competir con las yirantas en las calles.
Hicieron mil y un malabares. Algunas pedían a los muchachos que tomaban el tren unos pesos para el boleto y les ofrecían la cartera o el sombrero como garantía. Esto servía para que entraran en conversaciones y, al rato, cerraran un trato de dinero por sexo.
Muchas de las mujeres paraban en las salas de espera o en los baños públicos del ferrocarril Mitre de Retiro. No pocas atendían en el bar “El vómito”, cuyo nombre estaba a la altura de su fama, pero que tenía la ventaja de permanecer abierto toda la noche.
Los tiras estaban perfectamente al tanto de estos modus operandi. Bastaba hojear la Revista Policial, como lo hizo Andrés Carretero. Los informes policiales decían que las prostibuleras hacían lo suyo en la plaza Britania, enfrente al ferrocarril. A un costado de la Torre de los Ingleses, antes de la escalera que lleva a su interior, estaban las llaves de los focos de luz de la plaza. Cuando las chicas conseguían candidatos, los llevaban allí. Una apagaba las luces y en el instante de oscuridad hacían lo que habían ido a hacer en el mullido e inclinado césped.
Claro que la policía, al ver la plaza a oscuras, la rodeaba, prendía los focos y arreaba a prostitutas y clientes a la seccional. Si había resistencia (y muchas veces la había), los agentes sacaban sus porras e iban por la calle Maipú, que casi nunca estaba iluminada.