Esta
imagen de Manuela y Simón es mentira. Ese
amor temerario no sabía de retratos,
ni de cárceles.
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Así le escribía, en 1825, Manuela Sáenz a Simón Bolívar. La Libertadora del Libertador, la coronela, bajó al Perú a hacer el amor y la guerra. Cinco años después, en 1830, vino la muerte antes de la muerte: la guadaña de la tuberculosis segó a Simón como si fuera trigo maduro, que no lo era. No se sabe cómo hizo Manuela para sobrevivir los veinte y pico de años que duró posteriormente. Acaso lo hizo leyendo las cartas que se cruzaron.
“Aquí estoy yo, ¡esperándole! No me niegue su presencia de usted. Sabe que me dejó en delirio y no va a irse sin verme y sin hablar… con su amiga, que lo es loca y desesperadamente".
Manuela
“Pienso en tus ojos, tu cabello, en el aroma de tu cuerpo y la tersura de tu piel y empaco inmediatamente, como Marco Antonio fue hacia Cleopatra. Veo tu etérea figura ante mis ojos, y escucho el murmullo que quiere escaparse de tu boca, desesperadamente, para salir a mi encuentro.
Espérame, y hazlo ataviada con ese velo azul y transparente…”
Simón
“Bien sabe usted que ninguna otra mujer que usted haya conocido, podrá deleitarlo con el fervor y la pasión que me unen a su persona, y estimula mis sentidos. Conozca usted a una verdadera mujer, leal y sin reservas".
Manuela