Christiano Junior. Mendoza moderna. Vista general de la
Plaza
Independencia, tomada de la calle Unión. 1880
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Mendoza era sus
canales y sus acequias. El agua compartida era la matriz de una sociedad desde
luego pueblerina. El riego requería relaciones de cooperación, no importa si de
amistad, con los vecinos. Como fuere, todos se conocían los paños. Por eso
sorprendió el barullo que levantó el jefe de Policía aquel otoño de 1850.
Parece ser que el
señor Administrador de Correos le entregó una valija sospechosa. Parece mentira
que una valija fuera sospechosa, pero así fue. Y eso que decía, inocentemente, Impresos,
Vida de J.C. (Jesús Cristo, suponemos). Cuando el saco de cuero fue
abierto, había allí trece números del “inmundo libelo La Crónica que
redacta en Chile el salvaje unitario Sarmiento”. Además traía “el libelo
publicado por el mismo infame salvaje unitario que se titula Recuerdos de provincia”.
Dentro del libelo y
acomodado con gran precaución, venía una pérfida incendiaria carta. No tenía
firma pero ya se sabe cómo se las gastaba el sanjuanino exiliado. “Siga usted
en su método indirecto de tertulias –instruía Sarmiento a don Francisco Llerena,
seguramente inmundo- en que mezclándose personas bien intencionadas aunque
federales, vayan despertando y agrandándose de ideas de socialismo [sic] en
odio al bárbaro y salvaje despotismo…”
Después de una severa investigación, el
asunto quedó en aguas de borrajas. Eso sí, los ejemplares de La Crónica fueron
quemados públicamente el Sábado Santo en las manos del monigote que representaba
a Judas. Qué embromar.