Por qué Historias con Lupa

Si uno le pone una lupa a una tela aparentemente lisa descubre nudos impensados, hilos desparejos antes imperceptibles. Lo mismo pasa con la Historia. Cuando uno la mira con una lente inquisitiva, aparecen las vidas privadas, las mezquindades y los heroísmos y, en el fondo silencioso, los deseos, esos que explican de verdad las conductas. Esto queremos aquí: mostrar las historias con minúscula, los hilos imperfectos pero espléndidos que forman el tejido de la Historia con mayúscula.

Pero hay también otro modo. Una historia, esta vez de lo más íntimo, el cuerpo, escrita con imágenes. Para eso hay que ir a www.imagenesdelcuerpo.blogspot.com.

sábado, 27 de octubre de 2012

Los errores de la cantárida


Los porteños solían tomar cantárida cuando dudaban de sus erecciones por los muchos años, cuando ya no se ganan fuerzas sino sólo ganas. La cantárida es un alcaloide tóxico que se obtiene de la mosca española, un escarabajo verde rojizo. En realidad, no es un afrodisíaco sino un vaso dilatador; un vejigatorio, como se lo llamaba antes.
En el Buenos Aires colonial se conseguía en la farmacia del veneciano Angelo Castelli, el padre de Juan José Castelli, que estaba en la esquina de San José y San Juan Bautista (hoy Perú y Alsina). Más de uno, entusiasmado con las efímeras (y a menudo dolorosas) erecciones que proporcionaba el alcaloide, exageraba la porción. Para qué, era un llorar nocturno de vómitos y micciones.
Los riesgos de la cantárida provenían no sólo de las desproporciones, también de los errores de los boticarios. Andrés Laguna, un médico renancentista, contaba anécdotas como ésta:
En cierta botica de Metz, residiendo yo en aquella ciudad, fue ordenada una medicina que llevaba cantáridas, para cierto novio impotente; juntamente otra de cañafístula [un purgante], para refrescar el hígado, y los riñones del Guardián de la Orden de San Francisco febricitante [que tiene fiebre o calentura]. Y aconteció que, trastocando los brevages por equivocación, el novio (el cual bevió la del fraile) llenó aquella noche de lodo o aún peor, a la cama y a la novia; y el fraile, por otra parte, que tomó la del novio, anduviese por todo el convento (como podéis bien pensar) hecho un endemoniado, que no bastaban pozos, ni algibes, ni estanques, para enfriarle.