Por qué Historias con Lupa

Si uno le pone una lupa a una tela aparentemente lisa descubre nudos impensados, hilos desparejos antes imperceptibles. Lo mismo pasa con la Historia. Cuando uno la mira con una lente inquisitiva, aparecen las vidas privadas, las mezquindades y los heroísmos y, en el fondo silencioso, los deseos, esos que explican de verdad las conductas. Esto queremos aquí: mostrar las historias con minúscula, los hilos imperfectos pero espléndidos que forman el tejido de la Historia con mayúscula.

Pero hay también otro modo. Una historia, esta vez de lo más íntimo, el cuerpo, escrita con imágenes. Para eso hay que ir a www.imagenesdelcuerpo.blogspot.com.

martes, 11 de noviembre de 2025

Oneself

El primer retrato fotográfico fue… una selfie.

No está claro quién fue el primero en hacer mecánicamente la vista de un rostro humano. 

Los estadounidenses dicen que fue el neoyorquino John William Draper, quien tomó como modelo a su hermana y lo guardó amorosamente en un portarretratos. Los franceses sostienen que fue el val-d'oisiano Louis-Jacques-Mandé Daguerre porque, al fotografiar el muy parisino Boulevard du Temple, casi sin darse cuenta retrató a un lustrabotas y su cliente.

Como fuere, lo notable es que el gobierno galo le compró a Daguerre su invento para que todo los ciudadanos del mundo tuvieran acceso a esa maravilla. La grandeur de la France!

Como fuere, parece que el primero en tomar una foto a una persona fue el filadelfiano Robert Cornelius, que se fotografió a sí mismo en 1839. 

De modo que el primer retrato fotográfico fue una selfie.

viernes, 7 de noviembre de 2025

Objetos: El botijo

Hay algo de místico en esta mirada. Las ventanas custodian los barcos amarrados que quieren ríos. En los cristales, La Boca, el barrio donde parece haberse derramado una paleta de colores.

Es el estudio de Fortunato la Cámera (1887/1951). Pinta esas habitaciones una y otra vez. Como si le obsesionara el modo en que la media luz cae sobre el objeto, alterándolo (ver https://imagenesdelcuerpo.blogspot.com/).

De hecho, ha pintado decenas de veces este adentro-afuera, este interior-exterior de su balcón sobre el puerto. Pero en esta ocasión, cosa rara, ha incluido en primer plano un botijo de barro.

En un barrio inmigrante, no es nada extraña la presencia de un botijo (un cántaro de barro poroso con un asa y dos bocas: una para llenarlo de líquido y otra para beber) que no sólo sirve para contener agua sino también refrigerarla. No lo es porque fueron los inmigrantes los que trajeron estas vasijas a fines del siglo XIX.

El arqueólogo Daniel Schávelzon explica que la vasija es, de hecho, un intercambiador de calor entre la temperatura interna y externa que aprovecha la sequedad del medio ambiente y la alta temperatura. Se lo llena de agua, se lo dejar reposar y en unas siete horas reduce la temperatura del líquido que contiene a unos quince grados.  

Una antigua y brillante tecnología del Mediterráneo. Que la humedad de Buenos Aires terminó arruinando.   

lunes, 25 de agosto de 2025

El espejo de la esquina


Nadie sabe dónde está la esquina rosada del cuento. Borges, ambiguo, la situó en Villa Rita. O en el cruce de Gauna y el arroyo Maldonado. O allá por Flores. Todavía la siguen buscando.
Un dato para los perseguidores de ilusiones: tal vez la esquina rosada no tenía ochava.
Es lo más probable. Durante mucho tiempo las esquinas en escuadra dieron lugar a encuentros sorpresivos, a menudo indeseados.
Sarmiento, que detestaba ese Buenos Aires colonial, dijo alguna vez: “Rivadavia mandó ochavar las esquinas a fin de facilitar la vuelta de los carruajes en calles harto estrechas. Y en este país libre, gobernado por leyes, se han necesitado cincuenta y dos años para obedecer la ordenanza ya que, en 1879, hay sólo cuarenta esquinas ochavadas”.
Como se ve en la imagen, aún en 1939 hubo que poner un espejo en la esquina de San José y Alsina para que los transeúntes desprevenidos no tropezaran entre ellos.

jueves, 6 de febrero de 2025

Tú me quieres blanca


Tul sobre la cara. Sombrilla coqueta. Y sombrero, desde luego. 

Guantes, como corresponde a las señoritas decentes. Que ni un rayo de sol toque la piel.

Las damas de la Belle Époque criolla estaban encantadas con Mar del Plata, una mala copia de la ciudad balneario de Biarritz.

Flirteaban a gusto en la Rambla de madera de la Bristol. Lo malo era el sol.

“Una se descuida y ya parece una sirvienta”, murmuraban entre ellas, horrorizadas con la sola idea del bronceado.

¿La blancura del cutis era solo un criterio estético? No. Era una cuestión de clase. Una forma de distinción social.

En 1900 y pico, detestan el bronceado. No era de señoras bien. Se tuestan las lavanderas, las criadas que trabajan al aire libre. La blancura significa que una nunca había hecho trabajo manual alguno. Entonces tul, guantes, sombrilla…

A poco, la blancura que distinguía a la clase ociosa se convirtió en un valor moral.

Tú me quieres alba, me quieres de espuma, decía Alfonsina Storni.