Coliseo Provisional de
Comedias, Leónis Matthis, 1900
Techos de paja, paredes de adobe. Candilejas de velas. El Coliseo, que nada tenía de colosal, estaba en la calle Liniers (Reconquista), al lado del convento de La Merced.
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El Coliseo había anunciado que, ese domingo 20 de mayo de
1810, estrenaría Roma salvada, una
adaptación de la obra en que Voltaire habla de la tiranía. Pero el horno no
estaba para bollos. El jefe de policía intercedió para que, en su lugar,
subiese a escena una inocua pieza sobre la misantropía.
La censura policial levantó una ola de sorda indignación. No
hubo más remedio que poner Roma salvada.
Mandaron a llamar al célebre actor Morante, al que habían ordenado que se
enfermara. Se encendieron las velas y la obra comenzó en un ambiente que se
cortaba con cuchillo.
No más empezar, llegaron dos oidores. Se sentaron en uno de
los bancos y, en señal de desaprobación, se quedaron con los sombreros puestos.
-¡Abajo el sombrero! ¡Fuera! ¡Fuera!
Aguantaron un momento a pie firme, pero la gritería era
demasiada. Optaron por una retirada prudente.
La función siguió sin mayores sobresaltos. Hasta que el
bueno de Morante, que hacía de Cicerón, recitó:
Entre regir al mundo o ser esclavos
¡elegid, vencedores de la tierra!
¡Glorias de Roma, majestad herida!
¡De tu sepulcro al pie, patria,
despierta!
Juan José Paso, tan modoso él, tan
profesor de Filosofía del Real Colegio San Carlos, se paró sobre su asiento y
gritó:
-¡Viva Buenos Aires libre!
Se oyó un silbido godo. Y otro. Un
patriota le dio un bastonazo a un silbador derribándole el sombrero (las
malas lenguas dijeron que fue Viamonte, no nos consta). Una batahola. Morante
se reía a carcajadas en el escenario...
…A algunas cuadras, los chisperos
de French y Beruti cargaban las pistolas a chispa que llevarían bajo el poncho
al día siguiente.