Por qué Historias con Lupa

Si uno le pone una lupa a una tela aparentemente lisa descubre nudos impensados, hilos desparejos antes imperceptibles. Lo mismo pasa con la Historia. Cuando uno la mira con una lente inquisitiva, aparecen las vidas privadas, las mezquindades y los heroísmos y, en el fondo silencioso, los deseos, esos que explican de verdad las conductas. Esto queremos aquí: mostrar las historias con minúscula, los hilos imperfectos pero espléndidos que forman el tejido de la Historia con mayúscula.

Pero hay también otro modo. Una historia, esta vez de lo más íntimo, el cuerpo, escrita con imágenes. Para eso hay que ir a www.imagenesdelcuerpo.blogspot.com.

lunes, 17 de agosto de 2015

San Martín niño



Francisco José (el uso familiar invertiría los nombres del bautismo) nació en la apartada reducción correntina llamada Nuestra Señora de los Reyes Magos de Yapeyú, donde su padre Juan de San Martín y Gómez era teniente de gobernador.
En 1781, los San Martín se fueron a Buenos Aires. La familia (todavía sin su jefe, que llegó tiempo después) se instaló en una casa de la calle San Juan (hoy Piedras), a una cuadra de la derruida iglesia de San Juan, al lado del convento de Santa Clara de las monjas clarisas capuchinas. La casa (una planta, ladrillo cocido con techo de tejas) estaba lejos de la opulencia de los señoriales barrios de La Merced o Santo Domingo. 
Ahí cerca vivía Bernardo Gregorio de las Heras, cuyo hijo Juan sería con el tiempo una de las espadas más destacadas del Libertador. Pero Juan tenía apenas un año de edad y José sólo tres.
Es improbable que se haya cruzado con alguno de los que serían los hombres de Mayo: Manuel Belgrano tenía once años y Juan José Castelli diecisiete. Mariano Moreno, que tenía casi la misma edad, vivía en otro barrio, el Alto de San Pedro González Telmo, también alejado porque su padre no era sino un oscuro empleado de las Cajas Reales.
Los San Martín estuvieron en Buenos Aires apenas tres años. A mediados de 1785, Carlos III ordenó que Juan fuera trasladado al estado mayor de la plaza de Málaga. El viejo capitán de cincuenta y siete años de edad y treinta y nueve de servicios era considerado “excedente” de los Reales Ejércitos.
En vano fatigó las antesalas de palacio para volver a las Indias. No le quedó sino dar un mandato de guerra a su descendencia. Uno a uno, sus hijos fueron entrando a los ejércitos del rey. Juan Fermín llegaría a comandante de húsares de Luzón, Manuel Tadeo a coronel de infantería y Justo Rufino, el más mundano, revistaría en el Real Cuerpo de Corps de Su Majestad.
El pequeño José Francisco sentó plaza como cadete en el regimiento de Murcia. Ya era hora, tenía once años. La infancia se había acabado.   

¿Y si evocáramos a nuestros próceres en ocasión de su nacimiento 
y no de su muerte, como ahora? 



 

En su Historia de San Martín, Bartolomé Mitre afirmó que José Francisco de San Martín estudió en el Seminario de Nobles de Madrid, la antesala del servicio en la Corte. Pero no hay constancias de ello. Lo más probable es que el chico hiciera sus primeras letras en la Real Escuela de Málaga. Aunque su verdadera formación la inició con el uniforme celeste y blanco del Regimiento de Murcia. Hay quien dice que su padre alteró la fecha natal para que el aspirante se acomodara a la edad mínima exigida: doce años.