Por qué Historias con Lupa

Si uno le pone una lupa a una tela aparentemente lisa descubre nudos impensados, hilos desparejos antes imperceptibles. Lo mismo pasa con la Historia. Cuando uno la mira con una lente inquisitiva, aparecen las vidas privadas, las mezquindades y los heroísmos y, en el fondo silencioso, los deseos, esos que explican de verdad las conductas. Esto queremos aquí: mostrar las historias con minúscula, los hilos imperfectos pero espléndidos que forman el tejido de la Historia con mayúscula.

Pero hay también otro modo. Una historia, esta vez de lo más íntimo, el cuerpo, escrita con imágenes. Para eso hay que ir a www.imagenesdelcuerpo.blogspot.com.

sábado, 20 de junio de 2015

Viva, Belgrano


“Sus colores son blanco y azul oscuro con un sol colorado en 
el centro y en los extremos el gorro punzó de la libertad”. Así 
ordenaba Rosas en 1846. El celeste original era de unitarios.

El 4 de junio de 1770 -dice el libro parroquial- le pusieron óleo y crisma y le dieron nombre, Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús, que el apellido lo llevaba puesto: Belgrano.
No fue raro que lo bautizaran apresuradamente al día siguiente de su nacimiento. El mal de los siete días se llevaba a centenares de recién nacidos antes de que cumplieran la semana. Más valía cristianarlos antes, no vaya a ser que murieran con el pecado original encima. El tétanos infantil se producía porque las comadronas cortaban el cordón umbilical con tijeras del costurero y hasta con cuchillos. Manuel sobrevivió, acaso porque untaron el cordón con aceite de palo, como mandaba Su Majestad.
Probablemente pasó fajado los primeros meses. Era costumbre envolver a los infantes con una tira de tela que le apretaba el abdomen, las piernas, en ocasiones los brazos. Era la primera de las imposiciones que le impondría a Manuel la sociedad, un anticipo de las sujeciones sociales.
Las ataduras le vendrían de la misma familia en la que había nacido; un clan genovés, diría Halperín Donghi en su último libro. Allí cada vástago tenía su lugar. El primer varón, cura. El segundo, Manuel, comerciante como el padre. Las hembras, casadas con mercaderes para ampliar el patrimonio familiar.
Pero Manuel desobedeció. Acaso porque la imagen del pater familias se vino abajo cuando lo detuvieron por estafador. Tal vez porque a los diecinueve años vivió la Revolución Francesa a kilómetros de donde vivía. O porque en Salamanca aprendió las luces del siglo.
En todo caso, no fue el único desobediente. Los Moreno, los Castelli también incumplieron el mandato paterno. La Revolución empezó mucho antes de 1810. Fue cuando se rompió el eslabonamiento entre las generaciones. La experiencia de los padres ya no servía a los hijos.
Manuel habría de ir más lejos: le dio una bandera a la patria. Era la señal de que la patria ya no era de los padres (pater, patris, padre), sino de los hijos, padres de sí mismos.
Lo más interesante de Manuel Belgrano no es aquel 20 de junio de hace 195 años, si no cómo rompió las sujeciones sociales implícitas en su nacimiento. Si recordáramos aquellos orígenes comprenderíamos mejor su fantástica heroicidad que memorando su muerte oscura, solitaria, derrotada.

¿Y si evocáramos a nuestros próceres en ocasión de su nacimiento 
y no de su muerte, como ahora?