Por qué Historias con Lupa

Si uno le pone una lupa a una tela aparentemente lisa descubre nudos impensados, hilos desparejos antes imperceptibles. Lo mismo pasa con la Historia. Cuando uno la mira con una lente inquisitiva, aparecen las vidas privadas, las mezquindades y los heroísmos y, en el fondo silencioso, los deseos, esos que explican de verdad las conductas. Esto queremos aquí: mostrar las historias con minúscula, los hilos imperfectos pero espléndidos que forman el tejido de la Historia con mayúscula.

Pero hay también otro modo. Una historia, esta vez de lo más íntimo, el cuerpo, escrita con imágenes. Para eso hay que ir a www.imagenesdelcuerpo.blogspot.com.

jueves, 1 de mayo de 2014

Hoy, hace 105 años

La masacre obrera del 1° de mayo desató una prolongada huelga
general que hizo hocicar al presidente Quintana. Era la primera vez
que un gobierno cedía a los reclamos obreros.  
Hubo un tiempo en que el 1° de mayo era un día de celebración del trabajo porque así lo querían los trabajadores que, sencillamente, paraban. 
El 1° de mayo de 1909, hace 105 años, sólo funcionaban los tranvías. Era necesario que los anarquistas de la Federación Obrera marcharan hacia la plaza Lorea, cerca del Congreso. Caminaron por Entre Ríos flanqueados por una doble fila de vigilantes con cara de pocos amigos, los revólveres al descubierto. El despliegue era inusitado: 120 agentes para vigilar a 500 trabajadores; 1 cada 4. Sin amedrentarse, de tanto en tanto, uno de los manifestantes se subía a una columna de alumbrado y arengaba a los compañeros.
A las tres menos cuarto en punto de la tarde, se oyeron los primeros disparos, disciplinados. Y más y más. Alguien dijo que vio cómo los policías detenían una ambulancia que circulaba por la calle Victoria (Hipólito Yrigoyen) y arrojaban a la vereda al muerto, no fuera a ser un truco de los anarquistas. El muerto dio con la cabeza en el cordón y quedó allí, abandonado de cualquier otra cosa que no fuera su propia íntima muerte.
Cuando el sagrado humo de la pólvora se disipó, se contaron once fallecidos y ochenta heridos. Esta triste contabilidad no inmutó al jefe de policía, el coronel Ramón L. Falcón.
Consultado por el diario La Argentina, declaró  que la experiencia había demostrado que ya no cabían métodos suaves con aquellos díscolos. Y que, en verdad, los anarquistas habían sido los promotores de la masacre. “De ellos partió el primer tiro. La policía no podía menos que defenderse…” Sic.