Por qué Historias con Lupa

Si uno le pone una lupa a una tela aparentemente lisa descubre nudos impensados, hilos desparejos antes imperceptibles. Lo mismo pasa con la Historia. Cuando uno la mira con una lente inquisitiva, aparecen las vidas privadas, las mezquindades y los heroísmos y, en el fondo silencioso, los deseos, esos que explican de verdad las conductas. Esto queremos aquí: mostrar las historias con minúscula, los hilos imperfectos pero espléndidos que forman el tejido de la Historia con mayúscula.

Pero hay también otro modo. Una historia, esta vez de lo más íntimo, el cuerpo, escrita con imágenes. Para eso hay que ir a www.imagenesdelcuerpo.blogspot.com.

martes, 7 de mayo de 2013

Fajan a un niño


A nuestros próceres los fajaban. Los envolvían en una interminable faja encima durante los primeros cuatro meses. Parecían troncos que miraban bizcamente. Después los liaban dejándoles los brazos libres otros seis meses más. Apenas los desenvolvían cuando se emporcaban y, a veces, ni eso.
Las madres argumentaban que, si se los dejaba sueltos, incoordinados como son los bebés, podían arañarse, sacarse los ojos. Si se los dejaba libres, decían, se sentirían aterrorizados al ver su propio cuerpo. Como ellas, que ni siquiera se desnudaban para bañarse.
Después los lazos se aflojaron. Un periódico de Madrid declaró que la apañadura de los niños los agarrotaba (en el sentido del garrote vil con que se ejecutaba a los criminales). La misma postura adoptó el porteño Semanario de Agricultura, Industria y Comercio, que que en más de una ocasión plagiaba lo que venía de España. A principios del siglo XIX, don Vieytes mandó decir que los andadores y las fajas eran costumbres nocivas, poco naturales.
Estas recomendaciones no surtieron un pronto efecto. En pleno siglo XX se siguió fajando a los chicos, tanto literal como metafóricamente.
Como fuere, aquellas fajas de los niños eran un anticipo de lo que serían las sujeciones sociales en la vida adulta. En los tiempos modernos ya no se necesitaron las fajas explícitas. Había otras ataduras, más sutiles.