En el Buenos Aires colonial las funciones, los actos eclesiásticos solemnes, eran la principal distracción y ocupación. Pero las rivalidades entre los barrios eran fortísimas. Lo cuenta Mariquita Sánchez.
Se hacia una función, una procesión, todo el barrio tomaba parte en la gloria y en el golpe que daban al barrio rival. En el barrio de la Merced había una señora de gran imaginación que tenía las ideas más graciosas. Y un año se preparó con el mayor sigilo la misa de resurrección. Arreglaron una armazón para formar una nube de algodón teñido de celeste mezclado con blanco y salpicado de estrellas de esmalte. Dentro de esa nube venía un niño muy lindo vestido de ángel, que tenía una voz lindísima y a tiempo del Gloria se descolgó de la media naranja, hasta la altura de una araña, cantando el Gloria y echando flores y versos y, del mismo modo, la volvieron a subir. Juzga el miedo del pobre muchacho, la sorpresa del auditorio y la conversación que este hecho dejaría en el pueblo.
Los que saben dicen que la señora de gran imaginación era la madre de Mariquita, doña Magdalena. La misma que le hizo la vida imposible porque quería casarse con su primo Martín Thompson.